- Perdona, ¿me dejas pasar? - preguntó la chica levantando por primera vez sus ojos desde que apareció por la calle.- Tengo un poco de prisa.
- ¿Por qué tanta prisa, belleza? Apenas ha sonado la campana - el chico le lanzó una mirada de arriba abajo con cierto aire chulesco.
- Es mi primer día y no quiero causar mala impresión llegando tarde - respondió ella algo cohibida y avergonzada.- ¿Me dejas pasar ya o tengo que darte más explicaciones?
- ¿A qué curso vas?
- A segundo - contestó, suspirando exasperada y ruborizada por la incesante inspección del apuesto chico.
- Yo también. Seguro que coincidiremos en algunas clases. Me llamo Saúl - dijo dedicándole una de sus más seductoras sonrisas, haciendo que acabara por ceder y le devolviera la sonrisa, bastante nerviosa, mientras le daba dos besos.- ¿Me dices tu nombre?
- Sí, perdona... Me llamo Micaela.
- ¿Micaela? Es un nombre poco común, ¿no? - preguntó en tono de burla. Ella lo miró desafiante y, enseguida, volvió a ser amable y encantador.- Me alegro de conocerte, Micaela
Y así, guiñándole el ojo, Saúl hizo temblar las piernas de Micaela por primera vez justo antes de tirar el cigarrillo al suelo y entrar. Micaela sonrío tímidamente y continuó su camino hacia una nueva etapa de su vida.
En otro lugar de Madrid, la capital del encanto y la alegría, una pareja adulta se establecía en un nuevo piso en el barrio de Ibiza, junto al Parque del Retiro. Del balcón se veía un hermoso paisaje que servía de deleite y placer para los ojos. Allí, el esposo abrazaba por detrás a su esposa mientras le besaba el cuello delicadamente, casi rozándolo con sus labios. Ambos contemplaban los primeros minutos de la mañana. Aquel momento fue interrumpido por una voz desde el interior de la casa.
- Ya terminé de instalarte los canales del televisor, Santiago. ¿Necesitas algo más?
- No, no te preocupes, amigo, sólo era eso. Sabes que para todo aquello que no sea la informática o los móviles soy un negado - contestó Santiago riendo mientras entraba para hablar cara a cara.- ¿No es cierto, Beatriz?
Santiago rondaba los cuarenta años, pero aparentaba mucho menos. Era moreno y tenía los ojos azules, ojos que heredó su propia hija. Mientras que, Beatriz, era pelirroja y tenía los ojos de color miel. Ambos eran agradables a la vista y se conservaban bastante bien.
- Te olvidas de algo, mi vida... - dijo la mujer acercándose a él y besándolo.- Hay algo que se te da mejor que la informática y la telefonía, y es querer y cuidar a tu familia.
- Vaya, me han dado ganas de llegar a casa y darle un buen achuchón a mi esposa - respondió tras una sonora carcajada el misterioso personaje.
- Hace mucho tiempo que no veo a Carla, ¿cómo está? - preguntó Beatriz.
- Muy bien, ya sabes, está inmersa escribiendo su nueva novela. Esperemos que tenga más éxito que la anterior - se produjo un silencio incómodo que el mismo personaje rompió.- Por cierto, Micaela está preciosa.
- Y eso que aún tiene diecisiete años... - exclamó Santiago orgulloso.
- Es una pena que Alberto y ella no se vean desde hace años, harían muy buenas migas. Pero ya sabes que quiero la mejor educación para mi hijo y en Inglaterra están los mejores colegios.- miró el reloj y se dispuso a coger su chaqueta del perchero.- Espero que disfrutéis del piso, yo tengo que irme que hemos quedado para cenar con los Martínez.
- Muchas gracias por todo, Hernán - dijeron Santiago y Beatriz al unísono.
Hernán se aproximó a la puerta para salir, pero antes, dirigió sus ojos hacia un retrato de Micaela posado sobre el mueble del hall. Sus rasgos se tornaron maliciosos y su rostro adquirió un matiz lascivo que culminó con el sonido de la puerta al ser cerrada.
Ya se acercaba la tarde, los niños correteaban, el sol se encontraba en su apogeo y las calles de Madrid estaban concurridas por la enorme multitud. Micaela estaba más que acostumbrada. Había pasado parte de su vida en Barcelona, también otra gran ciudad, y ahora Madrid no se le hacía demasiado sorprendente. Sus pasos eran firmes, pero dubitativos mientras su mente no dejaba de divagar en los recuerdos de lo sucedido hace apenas unas horas, cuando ese tal Saúl se cruzó con ella. Sus labios dibujaron una sonrisa a medida que iba bajando las escaleras del metro. Su sonrisa sólo duró unos instantes ya que, mientras esperaba el próximo vagón, apareció quien menos esperaba.
- ¿Tú otra vez? - preguntó Saúl riendo.- Parece que estamos destinados a vernos a cada momento.
- No creo en el destino - contestó Micaela sin titubear.
- Ah, vale, eres la típica niña rica que va a misa los domingos y conserva su virginidad hasta el matrimonio, ¿no? - dijo Saúl mientras delineaba un círculo sobre la cabeza de la chica.- Mira, si tienes hasta una aureola.
- ¡Y tú eres un gilipollas! - gritó Micaela sobresaltando a todos los que estaban esperando.
- ¡Vaya! Ha salido la fiera que tienes dentro - el joven comenzó a acercarse cada vez más a ella, provocando que el temblor de sus piernas volviera a repetirse por segunda vez en un mismo día.- Te pones mucho más guapa cuando estás enfadada, esos ojazos azules crecen y hacen que se pueda apreciar mejor lo preciosos que son.
- Deja de acercarte y de hablarme, déjame en paz, por favor - suplicó Micaela.
- ¿Tienes miedo? - preguntó Saúl esbozando una cautivadora sonrisa.- ¿Tienes miedo de tenerme cerca o de que te diga que me encantas?
- Tengo miedo de que no te calles la boca y acabe por darte un rodillazo donde tú y yo sabemos... - amenazó Micaela con la voz temblorosa y mirando los labios de Saúl.
- Hay formas mejores de callar a alguien...
Saúl posó su mano derecha sobre el cabello de Micaela y la atrajo suavemente hacia sí, uniendo sus labios y sus cuerpos. El vagón llegó mientras se fundían en un dulce y largo beso y se marchó sin que este llegara a su final. Cuando llegó el siguiente, Saúl se separó, le dio un pequeño beso y entró.
- Nos vemos mañana, preciosa.
Micaela rozó sus propios labios con los dedos, degustando el sabor de Saúl en su boca con gran placer mientras algo dentro de ella se alborotaba. Lo que Micaela no imaginaba es que, apenas unos metros atrás de ella, Hernán, desde una esquina, el amigo de sus padres, la observaba cargado de furia e ira.
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- ¿Quién es ese chico que te dejó en la puerta de casa ayer, Micaela?
La familia Rojas disfrutaban de una cena tranquila y apacible con la televisión de fondo hasta que Santiago, el patriarca, formuló esa pregunta. Micaela dejó caer la cuchara dentro de la sopa.
- Es un chico de mi instituto, papá, vive a unas calles de aquí - respondió ella volviendo a tomar la cuchara de la mano.- ¿Por qué?
- Sabes que me gusta saber con la gente que vas - dijo su padre.- Por cierto, mañana vienen a cenar Hernán y Carla, que hace tiempo que le debemos una invitación.
- ¿Qué les hago de comer? - preguntó Beatriz entusiasmada.
- No sé, tendré que preguntarle a Hernán cuál es su plato favorito y ya nos las arreglamos para que todo esté al gusto de ellos - sugirió su esposo.
- A Hernán le encanta el estofado de ternera con zanahorias, mañana cuando tu hija se despierte aprovecho para levantarme e ir al supermercado - dijo Beatriz engulliendo el último trozo de pan que había sobre la mesa.
- ¿Cómo sabes tú eso? - Santiago la miró extrañado y Micaela notó como surgió cierta tensión en el ambiente.
- ¡Por favor, Santiago! - exclamó Beatriz con una risa nerviosa que hacía dudar de su seguridad.- Carla es mi amiga y entre mujeres hablamos mucho de cocina.
- Eso quiere decir que Carla tiene que saber cuál es mi plato favorito - aseguró Santiago.
- Si lo recuerda, claro que sí - replicó Beatriz con desdén levantándose y abandonando la mesa.- Se me ha quitado el apetito. Tenéis el bizcocho de chocolate dentro del frigorífico.
Santiago dejó la mesa tras ella, la siguió hasta la habitación y se encerraron allí. Micaela se encogió de hombros, acudió al congelador y sacó una tarrina de helado de dos litros de vainilla con nueces de Macadamia.
- Qué le den al bizcocho - dijo Micaela entre dientes tumbándose en el sofá.
Dentro del dormitorio, Beatriz permanecía tumbada en la cama con su camisón de flores azules dándole la espalda a su esposo. Él estaba de pie tras ella, esperando a que se diera la vuelta y lo mirara.
- Cariño, no dramatices, por favor, no he dicho nada malo - garantizó Santiago afligido.
- No lo has dicho, pero lo has sugerido y duele, duele que a pesar de todo sigas con esa jodida idea en la cabeza, duele que no olvides el pasado y que aproveches la más mínima oportunidad para echármelo en cara de sopetón sin importarte lo que yo sienta ni lo que tu hija sospeche - Beatriz iba aumentando cada vez más el tono de su voz mientras se levantaba y enfrentaba a su esposo.- Duele que no seas capaz de quererme y tratarme como antes por un puñetero desliz que ocurrió hace dieciséis años.
- ¿Te recuerdo cuál fue el resultado de ese "puñetero desliz" como tú lo llamas? - cuestionó Santiago atacando a su esposa.
La reacción de Beatriz fue propinarle una bofetada que dejó marcada la mano en su cara. Los ojos de ambos se inundaron de lágrimas y se abrazaron, olvidando aquel momento tan doloroso para ambos cargado de recuerdos que debían olvidar.
- Micaela nunca debe saber nada sobre esto, le destrozaríamos la vida - rogó Beatriz agarrando las manos de su marido.
- Nunca lo sabrá, si lo sabe, perderemos a nuestra hija y buscará a su verdadero padre.
Josh, felicidades. Me parace muy interesante el comienzo... sigo leyendo
ResponderEliminarMuchísimas gracias, espero que cada vez te vaya gustando más :)
EliminarUffff facianante historia me ha encantado
ResponderEliminarMuchas gracias, Cladie, espero que te gusten más los siguientes :)
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