miércoles, 4 de diciembre de 2013

Capítulo 8.

2003. El tiempo ha transcurrido ligeramente hasta llegar al final del invierno en Febrero. Saúl y Micaela cumplen casi cuatro meses viviendo juntos y casi un año y medio siendo novios. Su relación había avanzado mucho y casi eran la pareja perfecta. Saúl trabajaba de camarero a media jornada en un bar del centro de Valencia y Micaela continuaba su carrera de periodismo satisfactoriamente. La llama no se había apagado, el amor, la pasión, el cariño, la cooperación de ambos seguía siendo parte de su relación. Aprovechaban cualquier momento para decirse cuánto se querían y demostrarse su amor en pequeños detalles. Y esta misma noche, Saúl lo demostraría de la forma más sobresaliente que podría hacerlo.

Desde su cumpleaños, Adriana no había vuelto a Valencia hasta hoy, ya que Saúl mismo fue el que la invitó a venir para una cena muy especial. La chica se encontraba en el primer año de la academia de policía, dispuesta a cumplir su sueño de convertirse en una gran agente que defienda la justicia. Alrededor de la mesa del apartamento de Ezequiel, están sentados este, Adriana, Saúl y Micaela comiendo un delicioso pollo asado preparado por esta última, que había desarrollado un exquisito don para la cocina.
- Recuerdo que el año pasado no te defendías en la cocina más que para un sándwich - rió Adriana saboreando una alita del pollo.- Te has convertido en toda una mujer.
- Deja de burlarte de mí, idiota - bromeó Micaela riendo.- Podrás decir que no estás disfrutando de la cena....
- Si dijera eso, mentiría, pelirroja, te lo aseguro - prometió Saúl.- Creo que estamos disfrutando como nunca.
- ¡Eres un exagerado! ¡Si es tan sólo un simple pollo! - exclamó Micaela.- Nada que sea hecho por ti puede ser simple, cariño - dijo Saúl agarrando su mano y dándole un beso.- Todo lo que hagas tú siempre tendrá un toque especial, porque tú eres especial.
- Quisiera decir unas palabras en honor a la pareja - dijo Ezequiel cogiendo la mano de Micaela y mirando a esta y a Saúl a los ojos.- Estoy feliz, chicos. Me siento feliz al ver lo que ha avanzado vuestra relación, en la visible madurez en cada uno de vuestros actos, de vuestras palabras, la responsabilidad que tenéis cada uno fuera y dentro de la casa. Sabéis que sois como dos hijos para mí y nada me hace más feliz que vuestra propia felicidad. Por eso, quiero cederle la palabra a Saúl, porque lo que va a decir a continuación, será un paso gigante en el camino a alcanzar una mayor felicidad.
Saúl se levantó de la mesa, se puso de rodillas frente a Micaela. Esta y Adriana estaban boquiabiertas, mientras que a Ezequiel parecía no sorprenderles. Adriana cogió su servilleta para limpiarse la nariz.
- Creo que voy a llorar... - admitió Adriana con los ojos lacrimosos.
El corazón de Micaela iba a mil por hora, y el de Saúl no era menos. Nunca le había puesto tan nerviosa sentir la mano de su novio sobre la suya, pero esta vez era distinto, tenía una ligera idea de lo que iba a pasar.
- Pelirroja, sé que somos demasiado jóvenes, que tampoco llevamos muchos años juntos, pero... Te has convertido en el centro de mi mundo, toda mi vida gira en torno a ti, me has liberado de las cadenas de la tristeza y la soledad, me has hecho dibujar sonrisas que jamás podrán ser borradas porque cada vez que te veo, veo lo más hermoso de este mundo, y esos ojos azules... deberían ser una de las siete maravillas del mundo - una lágrima se escaparon de cada uno de los ojos de los dos y dejaron una estela en sus mejillas.- No puedo vivir sin ti, he luchado durante meses por estar a tu lado, por verte despertar cada mañana, porque abrazarte sea lo último que haga antes de dormir por si la muerte me lleva en la noche saber que acto final fue tenerte entre mis brazos y quiero gritarles a todos que eres la mujer de mi vida, que quiero que seas mi pelirroja todos y cada uno de los días de mi vida, una vida que ahora se resume enteramente al amor que tú me das...
Saúl metió la mano en su bolsillo y sacó una pequeña cajita negra muy suave, parecía de piel. Adriana estaba inmersa en un mar de lágrimas y Ezequiel parecía verse reflejado en aquel joven, parecía que había vuelto décadas atrás, cuando pidió la mano de la que él creyó la mujer de su vida.
- Saúl... - Micaela apenas podía hablar, respiraba a una velocidad extrema y tenía la piel de gallina.
- Micaela Rojas, ¿quieres casarte conmigo? - Saúl abrió la caja y dejó ver un anillo precioso con una pequeña piedra brillante que tenía grabadas las letras S y M. Micaela, temblando, cogió el anillo y se lo puso. Saúl se levantó, Micaela hizo lo mismo y se lanzó a sus labios para besarlo.
- ¡Sí, sí quiero casarme contigo! ¡Quiero ser tuya y sólo tuya por siempre!


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1 mes después. Los invitados se reunieron en la Basílica de la Virgen de los Desamparados, una antigua iglesia construida siglos atrás en la ciudad española de Valencia. Un cura bastante anciano esperaba, como todos, la llegada de la novia. A su derecha, Adriana, con un vestido celeste que la hacía brillar, y a su izquierda, un compañero de trabajo de Saúl que se convirtió en un buen amigo para el chico. Con ellos, el mismo Saúl, con un smoking, su cabello perfectamente peinado y con los nervios a flor de piel.

Entonces, Micaela llegó. Acompañada por ella, llega también Ezequiel, cuya relación se ha estrechado hasta tratarse como un padre y una hija, y esa era la razón por la cual él sería quien la llevara al altar, a casarse con el hombre de sus sueños. Las manos de Saúl comenzaron a sudar a la par que sentía un vuelco en el estómago. Allí estaba, su pelirroja, caminando con una majestuosidad divina del brazo de Ezequiel. A las sillas de la derecha, estaban Carla y Alberto, que habían recibido una invitación por parte de la chica. Alberto, que no veía a Micaela desde que eran unos niños, quedó maravillado con su belleza y se sorprendió al ver cómo había cambiado, como aquella niña con la que jugaba y peleaba cada día se había convertido en toda mujer y que estaba a punto de unirse en matrimonio. Carla, que estuvo muy pendiente de Micaela siempre, y más aún tras la muerte de Beatriz y Santiago, se emocionó al ver a "su pequeña" hacia el altar.



Micaela llegó al lado de Saúl y miró a Adriana, que sonrió lleno de lágrimas. Ezequiel le dio un beso en la mejilla y se retiró a su asiento. Tras leer unos parajes de la Biblia y hablar de la importancia del matrimonio, el cura procedió a realizar preguntas.
- ¿Han venido aquí a unirse en matrimonio por su libre voluntad sin ser coaccionados?
- Sí, Padre, venimos libremente - respondieron los dos al unísono. Adriana estaba casi ahogándose en lágrimas.
- ¿Están dispuestos a amarse, respetarse y honrarse durante toda la vida?
- Sí, Padre, estamos dispuestos.
- ¿Están dispuestos a recibir sus hijos con amor y responsabilidad y educarlos bajo las leyes de Dios y la iglesia?
- Sí, Padre, estamos dispuestos.
- Ya que quieren establecer entre ustedes la alianza del matrimonio, unan sus manos y expresen su consentimiento delante de Dios y de la iglesia - así, el cura culminó sus preguntas, y ambos, mirándose a los ojos, ante todos los invitados y con sus manos unidas, hicieron lo que el padre dijo.
- Yo, Saúl Sánchez, te pido a ti, Micaela Rojas, que seas mi esposa porque te quiero, porque con la luz de tus ojos me basta para vivir, porque con tu amor has resucitado un corazón muerto y prometo serte fiel en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte cada día de mi vida hasta que la muerte nos separe - todos los invitados estaban conmovidos por las palabras tan sinceras y hermosas de Saúl.
- Yo, Micaela Rojas, te acepto a ti, Saúl Sánchez, como mi esposo porque te quiero, porque has sido mi vía de escape en cada laberinto desde que te conocí, porque sin ti mi vida no tendría sentido y porque necesito de ti para ser feliz y prometo serte fiel en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte cada día de mi vida hasta que la muerte nos separe.
- Que el señor Jesucristo, que hizo nacer este amor tan profundo entre vosotros, confirme este sentimiento mutuo que habéis manifestado. Lo que Dios ha unido, no lo separe ningún hombre... Puede besar a la novia.
Con estas palabras, comenzó la unión en matrimonio de Micaela Rojas y Saúl Sánchez a los ojos del mundo terrenal y del celestial. Saúl la besó como nunca lo había hecho, dejando ver a todos su amor puro e infinito que empequeñecía los amores conocidos y por conocer. Ezequiel y Adriana se abrazaron, felices por ver a Micaela tan radiante y dichosa. Mientras los recién casados recorrían el pasillo de la iglesia, las miradas de Alberto y Micaela se cruzaron por un instante. Aunque en su interior no quería reconocerlo, esa milésima de segunda en la que sus ojos se cruzaron, significaron algo para Alberto, algo que ni podía imaginarse. Micaela abrazó a Carla y le dio dos besos a Alberto.
- ¡Estás hecho todo un hombre! - dijo Micaela riendo.
- ¿Y tú? ¡Casada y todo! - exclamó Alberto recordando viejos tiempos en los que él y Micaela jugaban a casarse.- Os deseo toda la felicidad del mundo.
Micaela les presentó a su nuevo esposo y prosiguieron su camino de salida de la iglesia.
- Nunca había visto a Micaela tan feliz... Se lo merece - dijo Carla contenta.
- Seguro que él sí que no se la merece a ella, es demasiada mujer y él parece muy poca cosa - declaró Alberto mirando a la pareja.- Sí, muy poca cosa.
- No seas así, Alberto. Se quieren y él es un buen chico, nada más importa - dijo Carla regañando a su hijo.- Deberías dejar de ser tan desagradable con la gente.
Alberto se encogió de hombros riendo y, en la misma puerta de la iglesia, acompañados por los aplausos de todos, se enzarzaron en otro apasionado beso.

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Había llegado el final del día más importante y feliz de las vidas de Micaela y Saúl. Tras una hermosa boda y un divertido y fantástico banquete, la pareja llegó a su apartamento por primera vez como un matrimonio. Por primera vez, Saúl abandonó la cama en la que había estado acostándose desde que vivía con la joven y se trasladó a la cama de matrimonio que le dejó a ella.
- Soy tan feliz, pelirroja - confesó Saúl estirándose en la cama junto a Micaela.- A partir de ahora comienza el primer día del resto de nuestras vidas...
- Nunca imaginaré que llegaríamos a estar así la primera vez que te vi...

- Perdona, ¿me dejas pasar? - preguntó la chica levantando por primera vez sus ojos desde que apareció por la calle.- Tengo un poco de prisa.
- ¿Por qué tanta prisa, belleza? Apenas ha sonado la campana - el chico le lanzó una mirada de arriba abajo con cierto aire chulesco.
- Es mi primer día y no quiero causar mala impresión llegando tarde - respondió ella algo cohibida y avergonzada.- ¿Me dejas pasar ya o tengo que darte más explicaciones?
- ¿A qué curso vas?
- A segundo - contestó, suspirando exasperada y ruborizada por la incesante inspección del apuesto chico.
- Yo también. Seguro que coincidiremos en algunas clases. Me llamo Saúl - dijo dedicándole una de sus más seductoras sonrisas, haciendo que acabara por ceder y le devolviera la sonrisa, bastante nerviosa, mientras le daba dos besos.- ¿Me dices tu nombre?
- Sí, perdona... Me llamo Micaela.
- ¿Micaela? Es un nombre poco común, ¿no? - preguntó en tono de burla. Ella lo miró desafiante y, enseguida, volvió a ser amable y encantador.- Me alegro de conocerte, Micaela
Y así, guiñándole el ojo, Saúl hizo temblar las piernas de Micaela por primera vez justo antes de tirar el cigarrillo al suelo y entrar. Micaela sonrío tímidamente y continuó su camino hacia una nueva etapa de su vida.


- Como hemos cambiado en tan poco tiempo, ¿eh? - dijo Saúl sonriente.- Oye, ese tal Alberto no ha parado de mirarte en todo el día.
- ¡¿Estás celoso?! - preguntó Micaela soltando una sonora carcajanda, colocándose encima de él y sujetándole los brazos.- Pues no debería estarlo, señor Sánchez, porque la señora de Sánchez es sólo suya y de nadie más.
- ¿Ah, sí? ¡Oh, qué gran privilegio para mí, diosa del cielo! - bromeó Saúl soltando sus brazos de las manos de Micaela. La unió a él y empezaron a rodar por la cama riendo y jugueteando. 
- ¡Para, para! ¡Estoy cansada! - rogó Micaela sin dejar de reír. Saúl desistió y la dejó descansar. Ambos recobraron la respiración y se miraron.- ¿Eres consciente de que es la primera noche que dormimos juntos? No sé como he podido aguantar...
- Fue decisión de los dos, a mí no me eches la culpa, que a mí también me ha costado lo suyo tenerte tan cerca y... Ya sabes... - tartamudeó Saúl ruborizado.
- Pues ahora puedes tenerme todo lo cerca que tú quieras... - dijo Micaela con la cara tan colorada que se podía confundir perfectamente con un tomate.

Saúl se acercó lentamente a Micaela. El chico llevaba una camiseta de tirantes blanca y un pantalón corto azul, mientras que ella llevaba un camisón rosado también de tirantes que cubría desde su pecho hasta sus muslos. Saúl posó una de sus manos sobre el muslo derecho de Micaela y procedió a besarla. Mientras sus lenguas se unían en un vaivén placentero, Saúl acarició el sexo de su esposa por encima de su ropa interior. Esta se sobresaltó. 
- ¿Pasa algo? ¿He hecho algo mal? - preguntó Saúl preocupado.
- No, no, sigue... Sólo estoy nerviosa, nunca me habían tocado como lo haces tú... - sonrió inocentemente Micaela.
- Y yo jamás he tocado a nadie como lo estoy haciendo ahora...
Ambos se desnudaron mutuamente poco a poco hasta quedar completamente desnudos. Los pechos de Micaela quedaron al descubierto y Saúl los cubrió con sus manos. Su miembro viril iba tomando forma, excitado por tener ante sí un cuerpo tan esbelto y deseable. Posó sus labios sobre el cuello de su esposa y le dio tiernos besos que la excitaron aún más. Una de sus manos abandonó su pecho y volvió a su sexo, acariciándolo con delicadeza y suavidad. Micaela tomó el de Saúl y lo masajeó. Los besos se fueron haciendo más intensos, más fogosos... 

No pudieron más y decidieron darle rienda suelta a esa pasión tan viva y aguda. Micaela, tumbada en la cama, esperó a que Saúl se colocara con sumo cuidado encima de ella. Estaba tan nervioso como ella, no quería hacerlo mal, no quería que su primera vez y su noche de bodas, ambas unidas en un sólo momento, fuera un desastre. Se ayudó de su mano para introducir su miembro en la vagina de su pelirroja. Esta tembló y agarró con fuerza la sábana, mordiendo su labio. Suspiró. Un suspiro en el que se unen el dolor y el placer. Saúl se estiró sobre ella y lo sacó despacio, lo volvió a meter, lo volvió a sacar... El ritmo lento fue aumentando entre beso y beso. Las manos de Micaela tomaron posesión de la espalda de Saúl, dejándola marcada con sus uñas. El movimiento era incesante y sus besos cada vez más ardientes. Los gemidos, las palabras susurradas y los crujidos de la cama eran testigos de aquel momento pasional. 

Llegó el momento cumbre, aquel en el que el placer poseía los cuerpos de los dos amantes enamorados. Ambos juntos, a la vez, llegaron al orgasmo. Hicieron el amor y cerraron ese momento con un beso. Saúl se tumbó al lado de Micaela, ambos estaban extasiados. Micaela abrazó a su esposo y se apoyó en su torso desnudo.
- Te quiero, Saúl... - susurró la chica.
- Yo también te quiero, mi vida.

6 comentarios:

  1. Ohhhhhhhhhhhhh, que pedazo de capítulo, que dulce es todo, que bonito... Pobre Saúl no queria cagarla en su primera vez con ella, ay dios que bonito k bonitooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!! Me vuelvo loca con estas cosas...

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    1. La verdad es que es un capítulo muy bonito :) Saúl y Micaela son la pareja perfecta <3

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  2. Ayyy, que bonito Josh!! Y con esas canciones tan bonitas que has puesto casi tengo que coger un kleenex jajajaja. Preciosos momentos... la pedida de mano, la boda y su primera vez... ¿pero de verdad que aguantaron hasta la noche de boda? jajaja Muy romántico ;)

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    1. Jajajaja me alegro muchísimo de que te haya gustado... Parece mentira, pero aguantaron, cosa que no entiendo con un tío como Saúl jajajaja Muchas gracias, guapa :D

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  3. Precioso. Sobre todo me ha encantado ver una foto de la Plaza de la Vigen de mi ciudad. ;-)

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    1. Muchas gracias, Amparo :) Así que eres valenciana, eh? Jajaja espero que sigas leyendo :)

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