viernes, 29 de noviembre de 2013
Katia Vasilieva
Katia es una rusa que vive legalmente en los Estados Unidos y trabaja en una poderosa compañía de fabricación de joyas. Durante su estadía en Houston huyendo de "los fantasmas" de sus víctimas, Hernán se encontrará con esta bella mujer y mantendrá un romance con ella, sin imaginar que envolverse con ella iba a ser lo más peligroso que habrá hecho en su vida después de arruinar la existencia de Micaela Rojas.
Federico Bravo
Federico Bravo dirigirá junto a Alberto y Carla, hijo y esposa de Hernán, el "Informativo Valdés", antes conocido como "Valdés y Rojas", el periódico que dirigía Hernán junto con el fallecido Santiago. No se conoce nada sobre su pasado y es un gran amigo de Hernán aunque, cuando Federico descubra la verdadera cara de este, se pondrá en su contra.
Alberto Valdés
Alberto es el hijo de Hernán y Carla Valdés. Es un chico atractivo y guapo pero con un corazón contaminado por la maldad que heredó de su padre, el mismo que asesinó a los padres de Micaela y desgraciará su vida. Alberto conoce a la pelirroja desde que eran niños, aunque lleva muchos años sin verla. Sin embargo, su amor por la joven se ha mantenido intacto desde que eran niños y sólo una mujer hará que la olvide: Bianca, que, irónicamente, ella y Micaela serán la misma mujer.
Nuevos personajes.
Poco a poco, todos los personajes de esta historia están saliendo a la luz, aunque todavía quedan bastantes. Ahora toca presentar a tres, que serán muy importantes para la historia. A partir de ahora, estos tres personajes jugarán un papel muy relevante en La Venganza de Micaela, que, por una razón u otra, se verán inmiscuidos en la venganza de la protagonista.
A continuación, procederé a presentarlos.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Capítulo 6.
Hernán por fin llegó a casa. Las últimas horas habían sido las más intensas de su vida. Al entrar por la puerta, vio a Beatriz sentada en el sofá, que dejó de leer una revista que tenía entre las manos para mirar a Hernán. A este se le encogió el corazón y se sobresaltó. Abrió y cerró los ojos y, entonces vio que quien estaba allí no era Beatriz, sino Carla, su esposa.
- ¿Qué te pasa, Hernán? Tienes mala cara - aseguró Carla preocupada levantándose para ir a saludar a su marido.- Estás muy alterado.
- ¡No me pasa nada, Carla! ¡Déjame en paz, joder! - gritó Hernán sin pensárselo dos veces, provocando una gran confusión en Carla.
- ¿Eso que tienes en la cara es... sangre? - Carla comenzó a asustarse. Hernán nunca le había hablado de esa forma, nunca le habría gritado porque ahora era cuando estaba mostrando su verdadera cara. Fue a su habitación y se quitó la ropa. Carla le siguió.- ¿Te han hecho algo? ¿Estás bien?
- ¡¿Quieres callarte de una puñetera vez?! - Hernán volvió la cara y, al mirar a su esposa, vio la aparición de Beatriz justo detrás de ella, apoyando sus manos en los hombros de Carla y mirando a Hernán fijamente con una sonrisa que aterrorizaba. Hernán reaccionó empujando a su esposa hacia atrás mientras gritaba para dejar salir su ira. Carla chocó contra la mesa de noche y miró a Hernán como si estuviese frente al mismo demonio.- ¡Vete de aquí! ¡Fuera!
Hernán abrió su armario y los cajones donde guardaba su ropa y la sacó toda a puñados, sin mirar siquiera lo que estaba cogiendo. Carla no entendía absolutamente nada, parecía que estaba en una película de terror.
- ¿Qué estás haciendo? - Hernán cogió dos maletas de cuero que estaban arriba del armario y las llenó de toda su ropa y de los objetos más importantes. Carla se acercó a su esposo y le propinó una sonora bofetada.- ¡Hernán! ¡¿Qué cojones estás haciendo?!
- ¡Tú a mí no vas a pegarme, zorra! - Hernán le devolvió la bofetada a su esposa, que cayó sentada en la cama por la fuerza que había usado su marido para golpearla.- ¡Me voy! ¡Tú no has visto esto! ¡Tú no has visto nada y yo he estado contigo todo el día! ¡¿De acuerdo?!
- Hernán... Estoy muy asustada... Dime qué ha pasado, por favor... - Carla empezó a llorar. Hernán decidió tranquilizarse y la abrazó.- He cometido un grave error y tengo que irme, necesito irme de aquí. Si te preguntan diles que estoy en un viaje de negocios en el extranjero, en Canadá. Y digan lo que digan, he pasado el día contigo y no me has visto así... Si no haces lo que te he pedido, probablemente acabe en la cárcel y Alberto perdería a su padre. ¿No queremos que pase eso, verdad?
- No... - negó Carla agachando la cabeza con la voz temblorosa.
- No hagas más preguntas, por tu bien... Sólo déjame ir y haz lo que te he pedido. Alberto acabará sus estudios pronto y vendrá a casa, no estarás sola - le recordó Hernán tratando de hacer que se relajase.
- ¿Cuándo volverás? - preguntó Carla sumisa a sus órdenes.
- No lo sé... Cuando todo esto haya pasado.
- ¿Qué te pasa, Hernán? Tienes mala cara - aseguró Carla preocupada levantándose para ir a saludar a su marido.- Estás muy alterado.
- ¡No me pasa nada, Carla! ¡Déjame en paz, joder! - gritó Hernán sin pensárselo dos veces, provocando una gran confusión en Carla.
- ¿Eso que tienes en la cara es... sangre? - Carla comenzó a asustarse. Hernán nunca le había hablado de esa forma, nunca le habría gritado porque ahora era cuando estaba mostrando su verdadera cara. Fue a su habitación y se quitó la ropa. Carla le siguió.- ¿Te han hecho algo? ¿Estás bien?
- ¡¿Quieres callarte de una puñetera vez?! - Hernán volvió la cara y, al mirar a su esposa, vio la aparición de Beatriz justo detrás de ella, apoyando sus manos en los hombros de Carla y mirando a Hernán fijamente con una sonrisa que aterrorizaba. Hernán reaccionó empujando a su esposa hacia atrás mientras gritaba para dejar salir su ira. Carla chocó contra la mesa de noche y miró a Hernán como si estuviese frente al mismo demonio.- ¡Vete de aquí! ¡Fuera!
Hernán abrió su armario y los cajones donde guardaba su ropa y la sacó toda a puñados, sin mirar siquiera lo que estaba cogiendo. Carla no entendía absolutamente nada, parecía que estaba en una película de terror.
- ¿Qué estás haciendo? - Hernán cogió dos maletas de cuero que estaban arriba del armario y las llenó de toda su ropa y de los objetos más importantes. Carla se acercó a su esposo y le propinó una sonora bofetada.- ¡Hernán! ¡¿Qué cojones estás haciendo?!
- ¡Tú a mí no vas a pegarme, zorra! - Hernán le devolvió la bofetada a su esposa, que cayó sentada en la cama por la fuerza que había usado su marido para golpearla.- ¡Me voy! ¡Tú no has visto esto! ¡Tú no has visto nada y yo he estado contigo todo el día! ¡¿De acuerdo?!
- Hernán... Estoy muy asustada... Dime qué ha pasado, por favor... - Carla empezó a llorar. Hernán decidió tranquilizarse y la abrazó.- He cometido un grave error y tengo que irme, necesito irme de aquí. Si te preguntan diles que estoy en un viaje de negocios en el extranjero, en Canadá. Y digan lo que digan, he pasado el día contigo y no me has visto así... Si no haces lo que te he pedido, probablemente acabe en la cárcel y Alberto perdería a su padre. ¿No queremos que pase eso, verdad?
- No... - negó Carla agachando la cabeza con la voz temblorosa.
- No hagas más preguntas, por tu bien... Sólo déjame ir y haz lo que te he pedido. Alberto acabará sus estudios pronto y vendrá a casa, no estarás sola - le recordó Hernán tratando de hacer que se relajase.
- ¿Cuándo volverás? - preguntó Carla sumisa a sus órdenes.
- No lo sé... Cuando todo esto haya pasado.
*******************
Ahí estaba, frente a ella, un cajón de madera en el que estaba el cuerpo de su padre, que sería enterrado a dos metros bajo tierra en minutos. Ni siquiera podía enterrar a su madre... Todo era tan doloroso que apenas podía respirar sin que le doliese el pecho. Saúl estaba a su derecha, agarrándole la mano con fuerza para transmitirle ánimo. Adriana, a su izquierda, sosteniendo su otra mano. Carla también estaba allí, con una mezcla de sentimientos entre la tristeza de perder a sus amigos y la sospecha de que Hernán tenía algo que ver en todo eso. Ezequiel, con sus gafas de sol, oteaba en el horizonte como volaban dos pajarillos juntos.
El cura pronunció un emotivo sermón que sacó todas las lágrimas que soportaban los ojos de Micaela. Saúl, aunque no conocía a los que podrían ser sus suegros, no pudo evitar llorar, igual que Adriana. Todos lloraban excepto Ezequiel, que no parecía mostrar ninguna emoción.
Cuando el pastor finalizó su discurso, todos se retiraron, excepto Micaela, Saúl, Adriana y Ezequiel. Micaela se lanzó de rodillas al suelo junto a la lápida y lloró aún más fuerte. Abrazó la lápida de su padre. Adriana se mordió el labio inferior para soportar tal aflicción. Saúl levantó a Micaela del suelo y la abrazó con fuerza. Fueron hasta el coche que Ezequiel conducía, pero este quedó atrás. Aprovechó que los chicos se habían ido para acercarse al cura y darle un fajo de billetes de 50 euros amarrados con una cinta elástica. Entonces, Ezequiel fue donde los chicos estaban esperando y tomaron el camino a casa.
El camino en el coche transcurría en silencio. Adriana y Saúl estaban sentados atrás con Micaela, que tenía su cabeza descansando en el hombro de su novio. Ezequiel, de vez en cuando, miraba por el espejo para ver a la chica... A esa chica que ahora se convertiría en una hija para él.
*******************
Dos semanas después...
Aunque Micaela seguía muy afectada por todo lo sucedido, poco a poco parecía ir escalando hacia arriba del pozo en el que había caído. Mientras estaba tumbada en la cama mirando al techo, pensó en que el apoyo de Saúl, Adriana y Ezequiel habían sido esenciales para ella en estos 14 días.
A los pocos días del funeral, Micaela dejó de ser menor de edad y, aunque no hubo fiesta ni celebración, su novio, su mejor amiga y Ezequiel pasaron el día con ella, le compraron una tarta y le regalaron ropa y otros detalles. Aunque la chica no tenía ganas de sonreír, hizo el esfuerzo para no menospreciarlos después de lo bien que se habían portado con ella.
Adriana había sido su mejor amiga desde pequeña. Aunque Micaela se fue con sus padres a Barcelona durante un par de años, habían seguido en contacto y viéndose. Aunque tardaran meses en verse, cuando lo hacían, se hablaban como si lo hicieran cada día y se contaban todo. La confianza entre las chicas se mantuvo intacta. Ahora, volverían a separarse, pero Micaela sabía que Adriana seguiría ahí, ya que amigas como ella son de las que duran para toda la vida y jamás se separan. Cogió el móvil y le mandó un mensaje. Ya se había despedido de ella hacía unas horas, Ezequiel la llevó a su casa, pero quería escribirle para recordarle lo importante que era para ella: "Gracias por todo, Adri. Sabes que eres esencial en mi vida y que tienes una casa en Valencia para cuando quieras. Ven pronto, necesito seguir viéndote. Te quiero mucho." Dejó el móvil a un lado, se levantó de la cama y fue a la cocina. Eran las cinco de la mañana, quedaba poco para dejar esa casa en la que había vivido menos tiempo del que esperaba y en la que cada rincón le suponía un recuerdo. Se echó un vaso de leche y abrió la ventana de la cocina. Echó un vistazo al paquete de tabaco de Ezequiel que había en la encimera y, dejándose llevar por la curiosidad, cogió uno, lo encendió con una cerilla y, a la primera calada, comenzó a toser como una condenada. Tiró el cigarro por la ventana y se terminó el vaso de leche.
Se sentó encima de la encimera y miró al cielo. Aún estaba oscuro. Abajo había una mujer borracha llorando, suplicándole a dos agentes de policía que no se la llevaran detenida. Estaba conduciendo bajo los efectos del alcohol y había chocado contra un contenedor. Será ese el ruido que escuchó y que la despertó cuando sólo llevaba menos de una hora durmiendo.
Pensó en Ezequiel, aquel hombre del que nunca había oído hablar pero que tanto sabía sobre ella y sus padres. Investigó por su cuenta y descubrió que todo lo que le contó este era verdad. Fue el psicólogo de su madre durante años y, que mayor prueba de su secreta y escondida amistad con sus padres que en el testamento de ambos le cedían su tutela al hombre en el caso de que les pasara algo a Beatriz y Santiago. Aunque ya tenía 18 años, Ezequiel decidió llevarse a Micaela lejos de Madrid y cuidarla y protegerla, ayudándola en sus estudios e intentando hacer de su vida algo más fácil. Micaela también le estaba muy agradecida a él.
Salió de la cocina. Había pasado ya media hora desde que fue a por el vaso de leche y se quedó esperando a ver que pasaba con la mujer, a la que al final llevaron detenida. Quedaban treinta minutos más para que ella y Ezequiel llevaran las maletas hasta el taxi que vendría a buscarlos a las 5.15 de la mañana a la puerta de su casa, pero para el momento más difícil del día quedaban sólo quince minutos... Saúl iría a despedirse de ella antes de que partiera a Valencia. A Micaela le asustaba eso... Se había enamorado de él, estaba enamorada por primera vez en su vida de un chico al que le alegró la vida, de un chico del que sabe todo lo que lleva a sus espaldas: su madre murió al darlo a luz, su padre lo culpa, es alcohólico... Y ahora ella tenía que dejarlo solo y ella iba a estar sin él también ahora. ¿Y si la olvidaba y se enamoraba de otra? ¿Y si no la olvidaba y sufría también por estar enamorado de una chica que vivía tan lejos de él? Llevaban poco tiempo juntos y ni siquiera habían hecho el amor, pero Micaela estaba loca por él y se había acostumbrado a sus besos, a sus caricias, a sus abrazos... Eran tantos cambios en tan poco tiempo que apenas podía concienciarse de su nueva vida.
Micaela encendió la lámpara del salón y tomó asiento en el butacón de piel en el que se sentaba Santiago para leer el periódico mientras le comentaba las noticias más importantes a Beatriz, que se sentaba en el sofá de enfrente a leer sus revistad con tips de salud y belleza. Micaela recordó como Beatriz ignoraba a Santiago cuando este se quejaba de los acontecimientos mundiales exageradamente y sólo se concentraba en lo que debía hacer para aparentar ser más joven. Una media sonrisa teñida de melancolía, una lágrima furtiva que secó cuando llamaron a la puerta. Saúl estaba allí, como un cachorrillo abandonado en la calle, muerto de frío y sucio. Estaba despeinado, temblando, triste... Micaela se enganchó a su cuello y lo besó, lo besó como si no fuera a verlo nunca más, como si esa despedida fuera definitiva. Sus labios se movían a un ritmo frenético enlazados el uno al otro.
- Te quiero, preciosa. Te quiero muchísimo y no quiero perderte por nada de este mundo... Quiero seguir teniendo estos besos, estos abrazos, quiero seguir viendo esos hermosos ojos azules... - dijo Saúl antes de volver a besar a Micaela.- Iré a verte casi todos los fines de semana y si no te has aburrido de mí para entonces, me mudaré a Valencia para estar cerca de ti en unos meses.
- ¿Aburrirme de ti? ¿Estás de broma? Quiero que estés conmigo, quiero estar contigo. Si fuera por mí te acompañaría hasta el fin del mundo pero no puedo... Todo es tan complicado... - Micaela agachó la cabeza. Saúl agarró su barbilla y se la levantó, dándole un beso en la frente.- ¿Sabes que te quiero?
- Lo sé, y ojalá que me quieras aunque sea la mitad de lo que yo te quiero, porque eso sería suficiente para que me quisieras toda la vida...
Un beso y un hasta pronto con sabor amargo fueron los protagonistas de la despedida entre Saúl y Micaela. A medida que el taxi avanzaba a lo largo de la calle madrileña, Micaela miraba hacia atrás a través del cristal a un devastado Saúl. Le dolía en el alma irse pero debía hacerlo... Una nueva vida le esperaba en Valencia, el lugar que marcaría su vida para siempre.
jueves, 21 de noviembre de 2013
PROMO EXCLUSIVO de la Nueva Etapa.
Comienza una nueva etapa en La Venganza de Micaela, una serie de sucesos que seguirán marcando la vida de nuestra protagonista...
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Capítulo 5.
Micaela llegó a casa. No había nadie. Le parecía raro porque a esta hora ya sus padres solían estar en casa. Se fija en que faltan las llaves de los dos coches. En cualquier otro día le habría dado igual, pero en este, después de ese mal presentimiento, estaba muy preocupada. Miró por la ventana para ver si Saúl seguía allí para pedirle que subiera y le hiciera compañía, pero ya se había ido. Fue al teléfono y marcó el número de su madre. Apagado... Marcó el de Santiago y apagado también... Estaba intranquila. Decidió llamar a Hernán, quizás él sabía algo sobre el paradero de sus padres.
Hernán estaba histérico, sudando, temblando... Tenía sangre en la cara, tres cadáveres a su alrededor, entre ellos los de Santiago y Beatriz. Hernán se adueñó de los móviles de sus tres víctimas, de la pistola de Enrique y de la suya. Acababa de volver de afuera, había ido al coche a buscar un bidón de gasolina y lo tenía en la última escalera que llevaba al sótano. Regó la gasolina por todo el lugar, por el suelo, por encima de Beatriz, de Santiago, de Enrique, por las paredes... Cerró la ventana que había en la pared norte y fue hasta la escalera. Una vez allí, lanzó el bidón dentro del sótano, encendió una cerilla y la arrojó al suelo. Hernán se dirigió a toda prisa hasta su coche sin percatarse, gracias a la oscuridad, de que, al otro lado del polígono, un hombre esperaba en su vehículo a que Hernán se fuera cuando empezó a ver humo y a oler a quemado. El hombre salió a la velocidad de la luz del coche y comenzó a gritar el nombre de Beatriz.
La desesperación se apoderó de Micaela. Hernán no le contestaba, sus padres tenían los móviles apagados, no estaban en casa, se habían llevado los coches... Ahora llamó a Carla, la esposa de Hernán y mejor amiga de su madre. Esta sí que le contestó.
- ¿Sí? - dijo Carla contestando al teléfono.
- Carla, soy yo, Micaela, ¿estás con mis padres? - preguntó Micaela impaciente por su respuesta.
- No, cariño, hoy no los he visto a ninguno de los dos en todo el día y llevo desde antes de ayer sin hablar con tu madre - respondió Carla.- ¿Necesitas algo, mi vida?
- No, sólo que estoy preocupada, porque no están en casa, no están las llaves de los coches y tienen el móvil apagado - explicó Micaela, suspirando.
- ¿Has llamado a Hernán? Puede que estén con él, yo es que estoy enferma, cariño, he pillado la gripe y estoy en mi mundo, no salgo ni sé nada de nada más allá de las cuatro paredes de mi habitación - comentó Carla antes de estornudar desde la calidez de su cama.
- Sí, lo he llamado pero no contesta...
- No te preocupes, cielo. Espéralos un poco más, quizás les ha surgido algo. Si ves que tardan mucho, llámame y le digo a Hernán que te vaya a recoger y nos vamos los tres a buscarlos, ¿vale? ¿Quieres que te pida algo de comida? - Carla le tenía mucho cariño a Micaela, la había visto crecer, era como la hija que necesitaba para cubrir el vacío de tener a Alberto lejos por decisión de Hernán.
- No, no, gracias, Carla, aquí tengo una pizza. La meteré en el horno y listo, no te molestes - dijo Micaela débilmente.
- Como quieras, cariño. Llámame si necesitas algo, un beso.
Habían pasado 25 minutos desde que Hernán había huido del polígono y Micaela había llegado a casa. El malvado hombre ya había llegado a su destino, a El Pardo, una población madrileña de poco más de 3.500 habitantes. Eran las 22.46 horas, todo estaba oscuro y nadie advirtió su presencia. Entre los bosques del pueblo, Hernán encontró el lugar oportuno. Se topó con un árbol frondoso y grande, pero delgado donde realizó una marca con una navaja que llevaba en el bolsillo de su chaqueta, marcando una "H". De repente, oyó unos arbustos moverse y el aullido de un lobo. Se le pusieron los pelos de punta y se dio la vuelta rápidamente... Tan sólo era el viento agitando la vegetación del lugar. Se arrodilló en el suelo y comenzó a cavar un hoyo con sus propias manos. De nuevo, escuchó como los matorrales se zarandeaban. Volvió a mirar, pero esta vez, su rostro tomó un aspecto cadavérico. Allí estaba, frente a él, Santiago Rojas, su amigo, con su camisa blanca llena de sangre, que también fluía de su boca. Santiago sonrió perversamente y Hernán frotó sus ojos. Cuando volvió a mirar, ya no estaba. Quería terminar e irse de allí cuanto antes, así que siguió cavando hasta encontrar la profundidad adecuada. Allí, en el boquete, depositó las dos pistolas y los móviles de los muertos que había dejado atrás y que estaban inservibles. Mientras cerraba el agujero, escuchó una tenue y maléfica risa de mujer en su oído. Miró de reojo a su derecha y descubrió a Beatriz al lado riéndose. Hernán quedó inerte y estaba pálido.
- Vas a pagar todas y cada una de tus maldades... Arderás en las llamas del infierno - aseguró la aparición de Beatriz. Esta reía y reía, haciando vibrar todas y cada una de las plantas del lugar. Hernán gritó, atemorizado. No aguantó más y huyó, tomando el camino a casa.
Micaela le había mandando un mensaje a Saúl pidiendo que fuera a su casa. Este fue enseguida y estaba allí, acompañándola. Los dos estaban sentados en el sofá, tapados con una manta y Micaela tenía la cabeza apoyada en el pecho de su novio. Saúl acariciaba su pelo mientras miraban la tele. No sabía nada de Beatriz ni Santiago desde esa misma mañana y estaba desesperada.
Al polígono llegaron la policía y los bomberos. Sólo pudieron rescatar parte del cuerpo de Santiago. Los bomberos, tras apagar el fuego, se marcharon y, en ese momento, llegó la ambulancia para recoger el cuerpo sin vida de Santiago. Dos agentes de policía comenzaron a hacer preguntas al hombre que estaba también allí.
- ¿Quién es usted y qué hacía por aquí? - preguntó uno de los agentes sacando una libreta y un lápiz.
- Me llamo Ezequiel Camargo, soy amigo de la familia - contestó afectado por la situación.- Soy el psicólogo de Beatriz Rojas desde hace muchos años y ella me llamó pidiéndome que viniera aquí.
- ¿Qué le llamó para venir aquí? ¿Para qué? - el policía continuó su interrogatorio.
- Temía por su vida. Venía a verse con un hombre, que según ella, era muy peligroso y me pidió que viniera a ayudarla - explicó Ezequiel.- Cuando vine, todo estaba ardiendo. Entré rápido, pero sólo pude sacar el cuerpo de Santiago... El de Beatriz y el del otro hombre estaban atrapados por algunas tejas de madera y no pude hacer nada.
- ¿Conocía al otro hombre? ¿Era el hombre peligroso que su paciente le mencionó? ¿Qué hacía Santiago Rojas?
- No lo conozco de nada y no sé a qué hombre se refería la señora Rojas. En cuanto a la presencia de Santiago, no tengo la menor idea... - reconoció Ezequiel, que seguía muy afligido por todo.- No sé nada más agentes, pero si necesitan algo más, aquí tienen mi tarjeta.
- Le llamaremos para realizar un seguimiento de sus llamadas. Y si es posible, no se vaya de la ciudad - pidió el otro agente con tono autoritario.
- ¿Acaso soy sospechoso? - preguntó Ezequiel riendo molesto.
- Eso no es una pregunta que usted deba hacer.
Ezequiel le dio su tarjeta al agente y les dio la espalda, con una mezcla de sentimientos que no le dejaban siquiera respirar en paz... Tristeza, impotencia, rabia... Miró atrás, donde estaba antes esperando a que Hernán se fuera y vio que su coche ya no estaba allí. Con una tranquilidad extraña y misteriosa, cogió su móvil y llamó a la central madrileña de taxis para pedir uno.
El timbre sonó. Micaela no espero ni un segundo antes de levantarse y dirigirse a la puerta sin vacilar. Su confusión fue a más cuando, quien llamaba a su puerta, era un completo desconocido. ¿Qué estaba pasando? Estaba siendo un día tan raro para ella...
- Hola, Micaela. Supongo que no me conocerás, me llamo Ezequiel... - estaba nervioso. No sabía cómo actuar, qué decir... Se parecía tanto a Beatriz y todo era tan reciente.- Soy un amigo de tu madre.
- ¿Un amigo de mi madre? ¿Está contigo? - preguntó Micaela impaciente por encontrarse con sus progenitores.- ¿Has visto a mi padre?
- Micaela... Tengo algo que contarte...
Saúl, desde el sofá, escuchó a Micaela llorar. Fue allí, quería saber qué estaba pasando para que su pelirroja llorase. Micaela estaba abrazada a Ezequiel, que se contenía por no explotar y seguir a la chica en su llanto. Micaela empujó al psicólogo, Saúl quiso preguntar qué pasaba, pero también lo empujó a él. La noticia fue un veneno que la estaba devorando interiormente. Gritaba, una y otra vez, gritaba sin parar, llamando a su padre y a su madre, llamándolos a voces, tirando todo al suelo. Sus manos eran como demoledoras que arrasaban con todo a su paso... Los jarrones, las vajillas, todos los libros... El suelo estaba repleto de todo aquello que estaba perfectamente ordenado. Saúl no aguantó más y fue a ella. Le agarró los brazos.
- ¡Micaela, para! ¡Para! - exigió él a punto de llorar por ver a la chica en tan tremenda situación.
- ¡No están! ¡No están, Saúl! ¡¿No entiendes?! ¡Se han ido! ¡Se han ido y no voy a volver a verlos! ¡No están!
Micaela se soltó... Se derrumbó.en el suelo. Intentaba respirar lentamente, pero no podía.... Dirigió sus ojos al techo pero sin ver nada que no fuera la imagen de Beatriz, Santiago y ella juntos. Recordó lo que significaban para ella. Sólo quería verlos, verlos una última vez, abrazarlos... No podía hablar, no podía gritar más, ni decir nada... Sólo lloraba, lloraba y lloraba mientras todo lo que quería decir se rompía en sus dientes, sin salir a relucir. Una lágrima asomó en cada ojo de Saúl... Ezequiel posó su mano sobre el hombro del chico. Ni los años de experiencia ni de estudio eran útiles para Ezequiel en ese momento, ya que él, por una razón u otra, también estaba destrozado.
Hernán estaba histérico, sudando, temblando... Tenía sangre en la cara, tres cadáveres a su alrededor, entre ellos los de Santiago y Beatriz. Hernán se adueñó de los móviles de sus tres víctimas, de la pistola de Enrique y de la suya. Acababa de volver de afuera, había ido al coche a buscar un bidón de gasolina y lo tenía en la última escalera que llevaba al sótano. Regó la gasolina por todo el lugar, por el suelo, por encima de Beatriz, de Santiago, de Enrique, por las paredes... Cerró la ventana que había en la pared norte y fue hasta la escalera. Una vez allí, lanzó el bidón dentro del sótano, encendió una cerilla y la arrojó al suelo. Hernán se dirigió a toda prisa hasta su coche sin percatarse, gracias a la oscuridad, de que, al otro lado del polígono, un hombre esperaba en su vehículo a que Hernán se fuera cuando empezó a ver humo y a oler a quemado. El hombre salió a la velocidad de la luz del coche y comenzó a gritar el nombre de Beatriz.
La desesperación se apoderó de Micaela. Hernán no le contestaba, sus padres tenían los móviles apagados, no estaban en casa, se habían llevado los coches... Ahora llamó a Carla, la esposa de Hernán y mejor amiga de su madre. Esta sí que le contestó.
- ¿Sí? - dijo Carla contestando al teléfono.
- Carla, soy yo, Micaela, ¿estás con mis padres? - preguntó Micaela impaciente por su respuesta.
- No, cariño, hoy no los he visto a ninguno de los dos en todo el día y llevo desde antes de ayer sin hablar con tu madre - respondió Carla.- ¿Necesitas algo, mi vida?
- No, sólo que estoy preocupada, porque no están en casa, no están las llaves de los coches y tienen el móvil apagado - explicó Micaela, suspirando.
- ¿Has llamado a Hernán? Puede que estén con él, yo es que estoy enferma, cariño, he pillado la gripe y estoy en mi mundo, no salgo ni sé nada de nada más allá de las cuatro paredes de mi habitación - comentó Carla antes de estornudar desde la calidez de su cama.
- Sí, lo he llamado pero no contesta...
- No te preocupes, cielo. Espéralos un poco más, quizás les ha surgido algo. Si ves que tardan mucho, llámame y le digo a Hernán que te vaya a recoger y nos vamos los tres a buscarlos, ¿vale? ¿Quieres que te pida algo de comida? - Carla le tenía mucho cariño a Micaela, la había visto crecer, era como la hija que necesitaba para cubrir el vacío de tener a Alberto lejos por decisión de Hernán.
- No, no, gracias, Carla, aquí tengo una pizza. La meteré en el horno y listo, no te molestes - dijo Micaela débilmente.
- Como quieras, cariño. Llámame si necesitas algo, un beso.
Habían pasado 25 minutos desde que Hernán había huido del polígono y Micaela había llegado a casa. El malvado hombre ya había llegado a su destino, a El Pardo, una población madrileña de poco más de 3.500 habitantes. Eran las 22.46 horas, todo estaba oscuro y nadie advirtió su presencia. Entre los bosques del pueblo, Hernán encontró el lugar oportuno. Se topó con un árbol frondoso y grande, pero delgado donde realizó una marca con una navaja que llevaba en el bolsillo de su chaqueta, marcando una "H". De repente, oyó unos arbustos moverse y el aullido de un lobo. Se le pusieron los pelos de punta y se dio la vuelta rápidamente... Tan sólo era el viento agitando la vegetación del lugar. Se arrodilló en el suelo y comenzó a cavar un hoyo con sus propias manos. De nuevo, escuchó como los matorrales se zarandeaban. Volvió a mirar, pero esta vez, su rostro tomó un aspecto cadavérico. Allí estaba, frente a él, Santiago Rojas, su amigo, con su camisa blanca llena de sangre, que también fluía de su boca. Santiago sonrió perversamente y Hernán frotó sus ojos. Cuando volvió a mirar, ya no estaba. Quería terminar e irse de allí cuanto antes, así que siguió cavando hasta encontrar la profundidad adecuada. Allí, en el boquete, depositó las dos pistolas y los móviles de los muertos que había dejado atrás y que estaban inservibles. Mientras cerraba el agujero, escuchó una tenue y maléfica risa de mujer en su oído. Miró de reojo a su derecha y descubrió a Beatriz al lado riéndose. Hernán quedó inerte y estaba pálido.
- Vas a pagar todas y cada una de tus maldades... Arderás en las llamas del infierno - aseguró la aparición de Beatriz. Esta reía y reía, haciando vibrar todas y cada una de las plantas del lugar. Hernán gritó, atemorizado. No aguantó más y huyó, tomando el camino a casa.
Micaela le había mandando un mensaje a Saúl pidiendo que fuera a su casa. Este fue enseguida y estaba allí, acompañándola. Los dos estaban sentados en el sofá, tapados con una manta y Micaela tenía la cabeza apoyada en el pecho de su novio. Saúl acariciaba su pelo mientras miraban la tele. No sabía nada de Beatriz ni Santiago desde esa misma mañana y estaba desesperada.
Al polígono llegaron la policía y los bomberos. Sólo pudieron rescatar parte del cuerpo de Santiago. Los bomberos, tras apagar el fuego, se marcharon y, en ese momento, llegó la ambulancia para recoger el cuerpo sin vida de Santiago. Dos agentes de policía comenzaron a hacer preguntas al hombre que estaba también allí.
- ¿Quién es usted y qué hacía por aquí? - preguntó uno de los agentes sacando una libreta y un lápiz.
- Me llamo Ezequiel Camargo, soy amigo de la familia - contestó afectado por la situación.- Soy el psicólogo de Beatriz Rojas desde hace muchos años y ella me llamó pidiéndome que viniera aquí.
- ¿Qué le llamó para venir aquí? ¿Para qué? - el policía continuó su interrogatorio.
- Temía por su vida. Venía a verse con un hombre, que según ella, era muy peligroso y me pidió que viniera a ayudarla - explicó Ezequiel.- Cuando vine, todo estaba ardiendo. Entré rápido, pero sólo pude sacar el cuerpo de Santiago... El de Beatriz y el del otro hombre estaban atrapados por algunas tejas de madera y no pude hacer nada.
- ¿Conocía al otro hombre? ¿Era el hombre peligroso que su paciente le mencionó? ¿Qué hacía Santiago Rojas?
- No lo conozco de nada y no sé a qué hombre se refería la señora Rojas. En cuanto a la presencia de Santiago, no tengo la menor idea... - reconoció Ezequiel, que seguía muy afligido por todo.- No sé nada más agentes, pero si necesitan algo más, aquí tienen mi tarjeta.
- Le llamaremos para realizar un seguimiento de sus llamadas. Y si es posible, no se vaya de la ciudad - pidió el otro agente con tono autoritario.
- ¿Acaso soy sospechoso? - preguntó Ezequiel riendo molesto.
- Eso no es una pregunta que usted deba hacer.
Ezequiel le dio su tarjeta al agente y les dio la espalda, con una mezcla de sentimientos que no le dejaban siquiera respirar en paz... Tristeza, impotencia, rabia... Miró atrás, donde estaba antes esperando a que Hernán se fuera y vio que su coche ya no estaba allí. Con una tranquilidad extraña y misteriosa, cogió su móvil y llamó a la central madrileña de taxis para pedir uno.
El timbre sonó. Micaela no espero ni un segundo antes de levantarse y dirigirse a la puerta sin vacilar. Su confusión fue a más cuando, quien llamaba a su puerta, era un completo desconocido. ¿Qué estaba pasando? Estaba siendo un día tan raro para ella...
- Hola, Micaela. Supongo que no me conocerás, me llamo Ezequiel... - estaba nervioso. No sabía cómo actuar, qué decir... Se parecía tanto a Beatriz y todo era tan reciente.- Soy un amigo de tu madre.
- ¿Un amigo de mi madre? ¿Está contigo? - preguntó Micaela impaciente por encontrarse con sus progenitores.- ¿Has visto a mi padre?
- Micaela... Tengo algo que contarte...
Saúl, desde el sofá, escuchó a Micaela llorar. Fue allí, quería saber qué estaba pasando para que su pelirroja llorase. Micaela estaba abrazada a Ezequiel, que se contenía por no explotar y seguir a la chica en su llanto. Micaela empujó al psicólogo, Saúl quiso preguntar qué pasaba, pero también lo empujó a él. La noticia fue un veneno que la estaba devorando interiormente. Gritaba, una y otra vez, gritaba sin parar, llamando a su padre y a su madre, llamándolos a voces, tirando todo al suelo. Sus manos eran como demoledoras que arrasaban con todo a su paso... Los jarrones, las vajillas, todos los libros... El suelo estaba repleto de todo aquello que estaba perfectamente ordenado. Saúl no aguantó más y fue a ella. Le agarró los brazos.
- ¡Micaela, para! ¡Para! - exigió él a punto de llorar por ver a la chica en tan tremenda situación.
- ¡No están! ¡No están, Saúl! ¡¿No entiendes?! ¡Se han ido! ¡Se han ido y no voy a volver a verlos! ¡No están!
Micaela se soltó... Se derrumbó.en el suelo. Intentaba respirar lentamente, pero no podía.... Dirigió sus ojos al techo pero sin ver nada que no fuera la imagen de Beatriz, Santiago y ella juntos. Recordó lo que significaban para ella. Sólo quería verlos, verlos una última vez, abrazarlos... No podía hablar, no podía gritar más, ni decir nada... Sólo lloraba, lloraba y lloraba mientras todo lo que quería decir se rompía en sus dientes, sin salir a relucir. Una lágrima asomó en cada ojo de Saúl... Ezequiel posó su mano sobre el hombro del chico. Ni los años de experiencia ni de estudio eran útiles para Ezequiel en ese momento, ya que él, por una razón u otra, también estaba destrozado.
domingo, 17 de noviembre de 2013
Carla de Valdés
Carla, a diferencia del resto de su familia, es una mujer de buenos sentimientos, enamorada ciegamente de su marido, Hernán Valdés, y loca de amor por su calculador hijo, Alberto. Hernán la trata como a algo sin valor y ella permanece a su lado porque es una mujer débil y dependiente.
sábado, 16 de noviembre de 2013
Cambios.
Voy a realizar unos cambios en los personajes, tanto cambiando los actores en los que están inspirando, como en algunos datos, pero no tienen mucha relevancia. Eso sí, será interesante ver esos cambios y también conocer a los nuevos.
Por el momento, borraré todas las entradas anteriores en las que se describía a los personajes, excepto a los que ya han aparecido, es decir, Micaela, Saúl, Hernán, Adriana y Ezequiel (que aparecerá en el Capítulo 5) no sufrirán ningún cambio y habrán dos excepciones (Guillermo y Alberto) que tampoco lo harán. Además, cada vez que vaya a aparecer uno de los personajes que no hayan aparecido antes, pondré una entrada anunciando su ingreso en la historia.
Por el momento, borraré todas las entradas anteriores en las que se describía a los personajes, excepto a los que ya han aparecido, es decir, Micaela, Saúl, Hernán, Adriana y Ezequiel (que aparecerá en el Capítulo 5) no sufrirán ningún cambio y habrán dos excepciones (Guillermo y Alberto) que tampoco lo harán. Además, cada vez que vaya a aparecer uno de los personajes que no hayan aparecido antes, pondré una entrada anunciando su ingreso en la historia.
viernes, 15 de noviembre de 2013
Avance Capítulo 5.
Aparecerá en escena uno de los personajes mencionados antes de empezar la historia. A partir del Capítulo 5, se incorpora como protagonista Ezequiel Camargo, caracterizado por el actor Alan Rickman (Harry Potter, Sentido y Sensibilidad).
Ezequiel será el psicólogo que Micaela necesitará tras la muerte de sus padres. Además, será su nuevo tutor legal después de este trágico suceso, aunque por poco tiempo, ya que Micaela tendrá la mayoría de edad en unos días. Aunque Ezequiel es un desconocido para Micaela, el testamento de Beatriz y Santiago requerían que este cuidara de su hija, y es lo que está dispuesto a hacer este hombre.
Ezequiel será el psicólogo que Micaela necesitará tras la muerte de sus padres. Además, será su nuevo tutor legal después de este trágico suceso, aunque por poco tiempo, ya que Micaela tendrá la mayoría de edad en unos días. Aunque Ezequiel es un desconocido para Micaela, el testamento de Beatriz y Santiago requerían que este cuidara de su hija, y es lo que está dispuesto a hacer este hombre.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Capítulo 4.
Beatriz atravesaba Madrid a toda velocidad en su coche. Diminutas gotas de sudor resbalaban por su pálida frente y no paraba de darle vueltas a todo. El dolor de cabeza había aparecido en el peor momento.
¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar Hernán con su enfermiza obsesión por su hija? La amenazó con una pistola y había matado a Enrique. ¿La mataría también a ella? No le convenía hacerlo... Pero si lo hiciera, Micaela estaría menos protegida y a la merced del malvado hombre.
Beatriz, por primera vez en su vida, vio la muerte tan cerca que la sentía a su lado. Mientras conducía, cogió su móvil y marcó un número que no tenía apuntado en la agenda. Sin embargo, no era el mismo número que el de la persona que le recomendó a Enrique para su trabajo sucio, se trataba de alguien a quien la mujer le tenía tanta confianza como para encomendarle una tarea difícil.
- Soy Beatriz, necesito hablar contigo - dijo mientras tomaba bruscamente una curva a la izquierda.- No, escúchame, por favor. Quiero que tomes nota de todo lo que te diga y que, en caso de que me pase algo... Sigas mis instrucciones, por favor... Ya sé que no entiendes nada y que todo es muy raro, pero es cuestión de vida o muerta, mi hija y mi marido corren peligro.
Mientras Beatriz le detallaba un arriesgado plan a su enigmático colaborador, Santiago acechaba a su esposa desde atrás en el otro coche de la familia. Estaba confuso por la conversación que había escuchado... ¿Quién era ese hombre al que Hernán estaba disparando? No sólo eso, ¿qué hacía Hernán disparando a un hombre? ¿Qué tenía que ver Beatriz en todo eso? Su caos mental unido al dolor de descubrir que su mejor amigo no era quien parecía ser y que, además, llevaba años acostándose con su mujer lo estaban consumiendo a pasos agigantados.
La hija única de los Rojas no era consciente de lo que estaba pasando a su alrededor, no sabía en la situación tan terrible en la que se encontraba y menos que todo giraba en torno a ella. Su vida siempre había sido tranquila y ella creía que seguía así, pero su mundo se iba a desmoronar de un momento a otro. Estaba en la puerta del piso de Adriana con su mochila verde-limón a cuestas. Llevaba sin aparecer por casa desde que fue al instituto. Cuando acabaron las clases, aceptó la invitación de Adriana para comer ensalada de pasta en su casa y ahora había quedado con Saúl. Hacía una semana que el chico le había pedido que fuera su novia y tenía una necesidad indomable de verlo.
Saúl llegó en su particular Vespa donde su pelirroja lo estaba esperando. Nada más llegar, ambos se miraron sonrientes, cautivados el uno por la sonrisa del otro. Saúl silbó y Micaela corrió hasta la moto. Este le dio el otro casco que tenía y se montó detrás. Saúl arrancó la moto.
- Estás guapísima hoy - le dijo Saúl hechizado por los ojos azules de su novia que observaba por el espejo.
- ¿Hoy? ¿Eso quiere decir que los demás días soy una birria? - bromeó Micaela dándole un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja.- A ti te veo igual de guapo todos los días.
- Siento no poder decir lo mismo, porque yo cada día te veo más preciosa que el anterior - Micaela miró a un lado, sin saber qué hacer, miró al cielo y se mordió el labio. Saúl la volvía tan loca... Quizás se estaba enamorando por primera vez, quizás Saúl era ese primer amor que nunca se olvida. Sólo quizás...- ¿A cuántos chicos les has partido el corazón?
- ¿Partir el corazón? No soy de esas... Yo soy de las que acaban sufriendo y pasándolo mal porque el chico se cansa de ella o la deja por otra - confesó Micaela. Tenían que hablar muy fuerte, con el sonido del viento y de los coches apenas se escuchaban hablando montados en la moto.
- ¿Acaso es posible que alguien se canse de ti o encuentre alguien mejor que tú? Tengo 19 años y en mi vida he conocido a una chica tan perfecta e increíble como tú - Micaela sonrió y se agarró al chico, apoyando la cabeza en su espalda y rodeando su vientre con los brazos.
- Te quiero... - susurró Micaela débilmente para que Saúl no la escuchase.
Saúl aprovechaba cualquier momento adecuado para mirar el espejo y ver la cara de felicidad de Micaela por estar ahí, justo detrás de él y se sentía dichoso por tener a una chica tan maravillosa a su lado, por poder sentirla tan cerca de él. Saúl nunca había sido un romántico con sus conquistas, siempre se había comportado con ellas como la mayoría de los tíos lo hacen, pero Micaela había movido algo en su interior, había accionado algo que le exigía que tenía que quererla y tratarla como si fuera una princesa.
Frenó en seco. Micaela se sobresaltó. Esperó a que dijera algo pero Saúl permanecía en silencio. Había parado al lado de una tienda de Lacoste, justo a la izquierda de la boca de metro de la Gran Vía. Bajó y se quitó el casco. Ella sólo lo miraba, preguntándose porqué había parado allí.
- ¿Bajas? - notó que a Saúl le hacía gracia el que estuviera ahí, como una tonta, pasmada y embobada, perdida en sus labios.
- Sí, claro. ¿Pero puedes decirme qué hacemos aquí?
- Buena pregunta. ¿Pasa algo si no te contesto? - Saúl respondió a Micaela con otra pregunta. A Micaela le desesperaba eso, pero en Saúl le parecía tan encantador. La cogió de la mano y comenzaron a andar.- ¿Sabes algo? Nunca te he hablado de mi familia, ¿verdad?
- No, nunca has querido hacerlo, aunque tampoco hemos tenido mucho tiempo para contarnos todo sobre nosotros - dijo Micaela para tranquilizarlo, ya que lo veía algo alterado.- Tampoco es necesario que lo hagas, no quiero que te sientas obligado o forzado a contármelo.
- Mi madre murió el mismo día en el que yo nací... Sufrió una hemorragia y se desangró - soltó de sopetón Saúl, como si no hubiera escuchado ni una sola palabra de lo que le había dicho su novia.- Nunca he sabido lo que es tener una madre, nunca he experimentado lo que es llegar a casa del colegio y que tu madre te tenga un buen plato de comida en la mesa. ¿Sabes lo qué es perder una madre en el mismo día en que naces? ¿Y sabes lo qué es que tu padre te desprecie durante toda tu vida por haber sido "el causante" de la muerte de tu madre? Es lo peor del mundo...
- Saúl... Lo siento... Yo no sabía... - Micaela soltó la mano de Saúl y se quedó parada en mitad de la acera. El chico caminó dos pasos más, absorto en sus pensamientos, casi sin darse cuenta que Micaela se había quedado más atrás, inmóvil.
- No lo sientas, mi vida, no es tu culpa - se volvió hacia ella, sujetando su rostro con sus manos y mirándola fijamente a los ojos.- No tienes que sentir nada porque tú me has devuelto las ganas de vivir, las ganas de sonreír y de hacer locuras. Quizás te asustes porque esté diciéndote esto, pero gracias a ti ahora encuentro algo de felicidad en medio de tanto dolor. Estoy seguro de que mi madre te ha puesto en mi camino desde allí para arriba para darme cuenta que he estado perdiendo el tiempo toda mi vida, que no he hecho nada por labrarme un buen futuro, por ser alguien, por tener mi lugar... Tú eres la fuerza que me impulsa a darle puñetazos a todas las montañas de piedra que me encuentre frente a mí, tengo miedo de que esto se acabe, porque ahora que lo tengo todo, me jodería enormemente volver a quedarme sin nada.
- ¿De verdad significo tanto para ti? - Micaela estaba a punto de llorar de la emoción.
- No es que seas tanto, ¡es que eres todo! No tengo amigos, mi única familia es mi padre, que me odia, se pasa el día entero de bar en bar bebiendo y comiendo, sólo va a casa para dormir la mona... Creo que las únicas veces que he sonreído con ganas en toda mi vida ha sido viendo la tele. Y de repente, apareces tú, dándome todo lo que necesito y más. ¿Acaso no es razón suficiente para que te hayas convertido en todo lo que quiero y me hace falta? ¿Acaso no es razón suficiente para decirte que te quiero y que no quiero que esto acabe jamás?
- ¿Me... Me quieres? - no podía creerse todo lo que le estaba diciendo. Ella le había dicho hacía unos minutos lo mismo sin que lo escuchara y ahora él se lo está diciendo sin dudas, sin miedos, abiertamente.
- Te quiero, pelirroja, claro que te quiero... No sabes en el infierno en el que estaba hasta que viniste tú a rescatarme. Me importa una mierda que llevemos juntos una semana, como si llevamos dos horas, me conozco lo suficiente como para saber lo que siento por ti... Tenía miedo de decírtelo por si te asustaba saber que esto para mí va muy en serio y para ti quizás sólo es una manera de pasar el tiempo...
Saúl dejó de sujetar el rostro de Micaela y agachó la cabeza. Ella, con los ojos vidriosos, sonrió tiernamente y lo abrazó fuertemente.
- Yo también te quiero, cariño...
Saúl se sorprendió gratamente. Se esperaba cualquier respuesta excepto esa. Nunca había sido feliz hasta que llegó ella, hasta que llegó la que rompió todos sus esquemas y se convirtió en su refugio. Micaela dejó de abrazarlo, Saúl la miró y vio a su chica llorando.
- Voy a estar a tu lado siempre, jamás voy a separarme de ti, ¿me oyes? ¡Nunca! - aseguró la chica emocionada.
Saúl no pudo contenerse más y la besó allí, rodeados de gente, acorralados por una inmensa multitud que se iba disolviendo mientras ellos iban besándose. Eran felices, los dos. Saúl se topó con la salida de su laberinto y Micaela con el chico con el que quería estar para siempre y compartir su vida.
Beatriz había llegado al lugar donde se citó inicialmente con Hernán, al lugar donde Hernán le dio muerte a Enrique y donde esperaba ansioso a su ex-amante para darle su última oportunidad. Bajó la misma escalera por la que descendió Enrique antes de ser asesinado. Santiago continuaba siguiendo a su esposa por todo el camino, angustiado, sin saber hasta dónde podía llegar aquella historia. El patriarca de la familia Rojas escuchó un grito desesperado y corrió por el camino por el que la mujer había pasado antes.
El cadáver de Enrique seguía en aquella silla, atado, con tres orificios de bala en su cuerpo. Hernán rió por el impacto que le había causado a Beatriz ver esta imagen.
- Sabía que esta vez no me fallarías... - dijo Hernán con un aire malévolo en su semblante.- ¿Querías verme muerto, mi amor? - Hernán se acercó a ella, que estaba al borde de un ataque de ansiedad, apenas podía respirar. Comenzó a arrastrar su pistola por los pechos de Beatriz mientras deslizaba la lengua por su cara.- ¿Querías matarme a mí después de tanto placer que te he dado y de tantos momentos juntos?
- ¡Suelta a mi mujer! - exclamó Santiago apuntando con una pistola a Hernán desde la puerta.
- Vaya, vaya... Santiaguín ha sacado las garras - Hernán estaba divirtiéndose, le complacía el dolor ajeno, le encantaba ver a los demás sufrir y más si él era el causante de ese sufrimiento.- ¿Le has cogido la pistola al asesino que tu mujer contrató para matarme?
- ¿Cómo? - preguntó Santiago sorprendido.
- ¡Cariño, no le escuches, por favor, vete y llévate a Micaela lejos de aquí, llévatela! - Hernán golpeó a Beatriz con la culata de la pistola en la boca, estallándole el labio inferior. Beatriz comenzó a llorar mientras su suéter se llenaba de sangre y se iba debilitando, tanto que acabó por sentarse en el suelo, hecha añicos. Santiago se acercó a Hernán corriendo, furioso, pero este fue más rápido y le disparó en la pierna, haciendo que se desplomase. Santiago emitió un grito de dolor que hizo retumbar las paredes del sótano. Hernán difícilmente podía coger aire entre carcajada y carcajada mientras se acercaba para coger la pistola del muerto.
- Estamos aquí todos... Sólo falta la preciosa Micaela - Hernán mostró su móvil a los padres de la chica para burlarse de ellos.- ¿Habrá que hacerle una llamadita para que la traiga su noviecito en la moto?
- ¡Deja a mi hija en paz, hijo de puta! - vociferó Santiago apretándose la herida en la pierna, por la cual no dejaba de salir sangre, con los dedos índice y corazón.
- ¡Quiere llevársela, Santiago! ¡Está enfermo! ¡Quiere a nuestra hija para él! ¡Quiere abusar de ella! ¡No dejes que lo haga, por favor! - rogó Beatriz con dificultad debido al labio reventado y a las lágrimas que se desprendían de sus ojos.
Hernán se puso de cuclillas, a la derecha de Beatriz y olfateó su pelo como si se tratara de un enfermo mental. Santiago contemplaba la escena horrorizado.
- Algún día, tu hija será mía y haré con ella todo lo que me apetezca... - murmuró Hernán mientras se incorporaba y se colocaba detrás de ella. Beatriz quería matarlo, quería levantarse y arrancarle la piel a tiras, pero ella estaba desarmada, igual que Santiago, ambos estaban heridos y a merced de aquel hombre que se había convertido en un completo desconocido para ellos. Situó el punto de mira de su arma en la nuca de Beatriz.- A fin de cuentas, seguro que folla mucho mejor que tú...
De pronto, Hernán elevó la pistola. El sufrimiento de Santiago tras saber que su mejor amigo era el amante de su mujer y un psicópata asesino llegó a su final cuando la quinta bala que disparó colisionó directamente con su corazón, acabando con su vida en décimas de segundo. Su camisa blanca se tiñó de rojo oscuro a medida que su luz se iba apagando. El lamento de Beatriz podría haber sido semejante al rugido de un animal destrozado. Sacó fuerzas de donde no las tenía y se levantó, golpeando fuertemente en la cara a Hernán con el puño y haciendo que se diera de bruces contra el suelo. Beatriz corrió hacia Santiago.
- ¡Mi amor, por favor, no te vayas, te lo suplico, no me dejes aquí sola, sálvanos a Micaela y a mí! ¡No me dejes! ¡No me imagino una vida sin ti, no me imagino estar sin ti! ¡Vámonos de aquí! ¡Vámonos lejos! - Beatriz berreaba como una loca. Había perdido la cordura. Los acontecimientos habían hecho que perdiera el juicio. Hernán, recuperado de la caída, disparó contra Beatriz, que lloraba la muerte de su esposo, tomando el cadáver entre sus brazos. El proyectil penetró la cabeza de Beatriz, que cayó fulminada justo encima de su esposo.
Las cosas se habían complicado... Todo se había complicado. El lugar estaba lleno de sus huellas y habían tres cadáveres allí. Santiago y Beatriz habían muerto a manos del hombre que formó parte de sus vidas desde tiempos inmemorables y todo por una maldita obsesión.
Micaela, en la moto detrás de Saúl de nuevo, tuvo un mal presentimiento. Se le metió en la cabeza que algo iba mal, pero no estaba segura de qué era... Sólo estaba segura de que quería ir a casa y darle un abrazo a sus padres. No sabía porqué, pero necesitaba darles cariño a aquellas dos personas que le dieron la vida y todo lo que necesitaba desde su nacimiento, quería decirles a los dos los mucho que los quería, recordárselo, ya que hacía años que no lo hacía. Sintió esa necesidad melancólica y el miedo de que llegue el día en que no estén con ella y no pueda decírselo... Sin figurarse que ese día acababa de llegar.
¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar Hernán con su enfermiza obsesión por su hija? La amenazó con una pistola y había matado a Enrique. ¿La mataría también a ella? No le convenía hacerlo... Pero si lo hiciera, Micaela estaría menos protegida y a la merced del malvado hombre.
Beatriz, por primera vez en su vida, vio la muerte tan cerca que la sentía a su lado. Mientras conducía, cogió su móvil y marcó un número que no tenía apuntado en la agenda. Sin embargo, no era el mismo número que el de la persona que le recomendó a Enrique para su trabajo sucio, se trataba de alguien a quien la mujer le tenía tanta confianza como para encomendarle una tarea difícil.
- Soy Beatriz, necesito hablar contigo - dijo mientras tomaba bruscamente una curva a la izquierda.- No, escúchame, por favor. Quiero que tomes nota de todo lo que te diga y que, en caso de que me pase algo... Sigas mis instrucciones, por favor... Ya sé que no entiendes nada y que todo es muy raro, pero es cuestión de vida o muerta, mi hija y mi marido corren peligro.
Mientras Beatriz le detallaba un arriesgado plan a su enigmático colaborador, Santiago acechaba a su esposa desde atrás en el otro coche de la familia. Estaba confuso por la conversación que había escuchado... ¿Quién era ese hombre al que Hernán estaba disparando? No sólo eso, ¿qué hacía Hernán disparando a un hombre? ¿Qué tenía que ver Beatriz en todo eso? Su caos mental unido al dolor de descubrir que su mejor amigo no era quien parecía ser y que, además, llevaba años acostándose con su mujer lo estaban consumiendo a pasos agigantados.
La hija única de los Rojas no era consciente de lo que estaba pasando a su alrededor, no sabía en la situación tan terrible en la que se encontraba y menos que todo giraba en torno a ella. Su vida siempre había sido tranquila y ella creía que seguía así, pero su mundo se iba a desmoronar de un momento a otro. Estaba en la puerta del piso de Adriana con su mochila verde-limón a cuestas. Llevaba sin aparecer por casa desde que fue al instituto. Cuando acabaron las clases, aceptó la invitación de Adriana para comer ensalada de pasta en su casa y ahora había quedado con Saúl. Hacía una semana que el chico le había pedido que fuera su novia y tenía una necesidad indomable de verlo.
Saúl llegó en su particular Vespa donde su pelirroja lo estaba esperando. Nada más llegar, ambos se miraron sonrientes, cautivados el uno por la sonrisa del otro. Saúl silbó y Micaela corrió hasta la moto. Este le dio el otro casco que tenía y se montó detrás. Saúl arrancó la moto.
- Estás guapísima hoy - le dijo Saúl hechizado por los ojos azules de su novia que observaba por el espejo.
- ¿Hoy? ¿Eso quiere decir que los demás días soy una birria? - bromeó Micaela dándole un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja.- A ti te veo igual de guapo todos los días.
- Siento no poder decir lo mismo, porque yo cada día te veo más preciosa que el anterior - Micaela miró a un lado, sin saber qué hacer, miró al cielo y se mordió el labio. Saúl la volvía tan loca... Quizás se estaba enamorando por primera vez, quizás Saúl era ese primer amor que nunca se olvida. Sólo quizás...- ¿A cuántos chicos les has partido el corazón?
- ¿Partir el corazón? No soy de esas... Yo soy de las que acaban sufriendo y pasándolo mal porque el chico se cansa de ella o la deja por otra - confesó Micaela. Tenían que hablar muy fuerte, con el sonido del viento y de los coches apenas se escuchaban hablando montados en la moto.
- ¿Acaso es posible que alguien se canse de ti o encuentre alguien mejor que tú? Tengo 19 años y en mi vida he conocido a una chica tan perfecta e increíble como tú - Micaela sonrió y se agarró al chico, apoyando la cabeza en su espalda y rodeando su vientre con los brazos.
- Te quiero... - susurró Micaela débilmente para que Saúl no la escuchase.
Saúl aprovechaba cualquier momento adecuado para mirar el espejo y ver la cara de felicidad de Micaela por estar ahí, justo detrás de él y se sentía dichoso por tener a una chica tan maravillosa a su lado, por poder sentirla tan cerca de él. Saúl nunca había sido un romántico con sus conquistas, siempre se había comportado con ellas como la mayoría de los tíos lo hacen, pero Micaela había movido algo en su interior, había accionado algo que le exigía que tenía que quererla y tratarla como si fuera una princesa.
Frenó en seco. Micaela se sobresaltó. Esperó a que dijera algo pero Saúl permanecía en silencio. Había parado al lado de una tienda de Lacoste, justo a la izquierda de la boca de metro de la Gran Vía. Bajó y se quitó el casco. Ella sólo lo miraba, preguntándose porqué había parado allí.
- ¿Bajas? - notó que a Saúl le hacía gracia el que estuviera ahí, como una tonta, pasmada y embobada, perdida en sus labios.
- Sí, claro. ¿Pero puedes decirme qué hacemos aquí?
- Buena pregunta. ¿Pasa algo si no te contesto? - Saúl respondió a Micaela con otra pregunta. A Micaela le desesperaba eso, pero en Saúl le parecía tan encantador. La cogió de la mano y comenzaron a andar.- ¿Sabes algo? Nunca te he hablado de mi familia, ¿verdad?
- No, nunca has querido hacerlo, aunque tampoco hemos tenido mucho tiempo para contarnos todo sobre nosotros - dijo Micaela para tranquilizarlo, ya que lo veía algo alterado.- Tampoco es necesario que lo hagas, no quiero que te sientas obligado o forzado a contármelo.
- Mi madre murió el mismo día en el que yo nací... Sufrió una hemorragia y se desangró - soltó de sopetón Saúl, como si no hubiera escuchado ni una sola palabra de lo que le había dicho su novia.- Nunca he sabido lo que es tener una madre, nunca he experimentado lo que es llegar a casa del colegio y que tu madre te tenga un buen plato de comida en la mesa. ¿Sabes lo qué es perder una madre en el mismo día en que naces? ¿Y sabes lo qué es que tu padre te desprecie durante toda tu vida por haber sido "el causante" de la muerte de tu madre? Es lo peor del mundo...
- Saúl... Lo siento... Yo no sabía... - Micaela soltó la mano de Saúl y se quedó parada en mitad de la acera. El chico caminó dos pasos más, absorto en sus pensamientos, casi sin darse cuenta que Micaela se había quedado más atrás, inmóvil.
- No lo sientas, mi vida, no es tu culpa - se volvió hacia ella, sujetando su rostro con sus manos y mirándola fijamente a los ojos.- No tienes que sentir nada porque tú me has devuelto las ganas de vivir, las ganas de sonreír y de hacer locuras. Quizás te asustes porque esté diciéndote esto, pero gracias a ti ahora encuentro algo de felicidad en medio de tanto dolor. Estoy seguro de que mi madre te ha puesto en mi camino desde allí para arriba para darme cuenta que he estado perdiendo el tiempo toda mi vida, que no he hecho nada por labrarme un buen futuro, por ser alguien, por tener mi lugar... Tú eres la fuerza que me impulsa a darle puñetazos a todas las montañas de piedra que me encuentre frente a mí, tengo miedo de que esto se acabe, porque ahora que lo tengo todo, me jodería enormemente volver a quedarme sin nada.
- ¿De verdad significo tanto para ti? - Micaela estaba a punto de llorar de la emoción.
- No es que seas tanto, ¡es que eres todo! No tengo amigos, mi única familia es mi padre, que me odia, se pasa el día entero de bar en bar bebiendo y comiendo, sólo va a casa para dormir la mona... Creo que las únicas veces que he sonreído con ganas en toda mi vida ha sido viendo la tele. Y de repente, apareces tú, dándome todo lo que necesito y más. ¿Acaso no es razón suficiente para que te hayas convertido en todo lo que quiero y me hace falta? ¿Acaso no es razón suficiente para decirte que te quiero y que no quiero que esto acabe jamás?
- ¿Me... Me quieres? - no podía creerse todo lo que le estaba diciendo. Ella le había dicho hacía unos minutos lo mismo sin que lo escuchara y ahora él se lo está diciendo sin dudas, sin miedos, abiertamente.
- Te quiero, pelirroja, claro que te quiero... No sabes en el infierno en el que estaba hasta que viniste tú a rescatarme. Me importa una mierda que llevemos juntos una semana, como si llevamos dos horas, me conozco lo suficiente como para saber lo que siento por ti... Tenía miedo de decírtelo por si te asustaba saber que esto para mí va muy en serio y para ti quizás sólo es una manera de pasar el tiempo...
Saúl dejó de sujetar el rostro de Micaela y agachó la cabeza. Ella, con los ojos vidriosos, sonrió tiernamente y lo abrazó fuertemente.
- Yo también te quiero, cariño...
Saúl se sorprendió gratamente. Se esperaba cualquier respuesta excepto esa. Nunca había sido feliz hasta que llegó ella, hasta que llegó la que rompió todos sus esquemas y se convirtió en su refugio. Micaela dejó de abrazarlo, Saúl la miró y vio a su chica llorando.
- Voy a estar a tu lado siempre, jamás voy a separarme de ti, ¿me oyes? ¡Nunca! - aseguró la chica emocionada.
Saúl no pudo contenerse más y la besó allí, rodeados de gente, acorralados por una inmensa multitud que se iba disolviendo mientras ellos iban besándose. Eran felices, los dos. Saúl se topó con la salida de su laberinto y Micaela con el chico con el que quería estar para siempre y compartir su vida.
Beatriz había llegado al lugar donde se citó inicialmente con Hernán, al lugar donde Hernán le dio muerte a Enrique y donde esperaba ansioso a su ex-amante para darle su última oportunidad. Bajó la misma escalera por la que descendió Enrique antes de ser asesinado. Santiago continuaba siguiendo a su esposa por todo el camino, angustiado, sin saber hasta dónde podía llegar aquella historia. El patriarca de la familia Rojas escuchó un grito desesperado y corrió por el camino por el que la mujer había pasado antes.
El cadáver de Enrique seguía en aquella silla, atado, con tres orificios de bala en su cuerpo. Hernán rió por el impacto que le había causado a Beatriz ver esta imagen.
- Sabía que esta vez no me fallarías... - dijo Hernán con un aire malévolo en su semblante.- ¿Querías verme muerto, mi amor? - Hernán se acercó a ella, que estaba al borde de un ataque de ansiedad, apenas podía respirar. Comenzó a arrastrar su pistola por los pechos de Beatriz mientras deslizaba la lengua por su cara.- ¿Querías matarme a mí después de tanto placer que te he dado y de tantos momentos juntos?
- ¡Suelta a mi mujer! - exclamó Santiago apuntando con una pistola a Hernán desde la puerta.
- Vaya, vaya... Santiaguín ha sacado las garras - Hernán estaba divirtiéndose, le complacía el dolor ajeno, le encantaba ver a los demás sufrir y más si él era el causante de ese sufrimiento.- ¿Le has cogido la pistola al asesino que tu mujer contrató para matarme?
- ¿Cómo? - preguntó Santiago sorprendido.
- ¡Cariño, no le escuches, por favor, vete y llévate a Micaela lejos de aquí, llévatela! - Hernán golpeó a Beatriz con la culata de la pistola en la boca, estallándole el labio inferior. Beatriz comenzó a llorar mientras su suéter se llenaba de sangre y se iba debilitando, tanto que acabó por sentarse en el suelo, hecha añicos. Santiago se acercó a Hernán corriendo, furioso, pero este fue más rápido y le disparó en la pierna, haciendo que se desplomase. Santiago emitió un grito de dolor que hizo retumbar las paredes del sótano. Hernán difícilmente podía coger aire entre carcajada y carcajada mientras se acercaba para coger la pistola del muerto.
- Estamos aquí todos... Sólo falta la preciosa Micaela - Hernán mostró su móvil a los padres de la chica para burlarse de ellos.- ¿Habrá que hacerle una llamadita para que la traiga su noviecito en la moto?
- ¡Deja a mi hija en paz, hijo de puta! - vociferó Santiago apretándose la herida en la pierna, por la cual no dejaba de salir sangre, con los dedos índice y corazón.
- ¡Quiere llevársela, Santiago! ¡Está enfermo! ¡Quiere a nuestra hija para él! ¡Quiere abusar de ella! ¡No dejes que lo haga, por favor! - rogó Beatriz con dificultad debido al labio reventado y a las lágrimas que se desprendían de sus ojos.
Hernán se puso de cuclillas, a la derecha de Beatriz y olfateó su pelo como si se tratara de un enfermo mental. Santiago contemplaba la escena horrorizado.
- Algún día, tu hija será mía y haré con ella todo lo que me apetezca... - murmuró Hernán mientras se incorporaba y se colocaba detrás de ella. Beatriz quería matarlo, quería levantarse y arrancarle la piel a tiras, pero ella estaba desarmada, igual que Santiago, ambos estaban heridos y a merced de aquel hombre que se había convertido en un completo desconocido para ellos. Situó el punto de mira de su arma en la nuca de Beatriz.- A fin de cuentas, seguro que folla mucho mejor que tú...
De pronto, Hernán elevó la pistola. El sufrimiento de Santiago tras saber que su mejor amigo era el amante de su mujer y un psicópata asesino llegó a su final cuando la quinta bala que disparó colisionó directamente con su corazón, acabando con su vida en décimas de segundo. Su camisa blanca se tiñó de rojo oscuro a medida que su luz se iba apagando. El lamento de Beatriz podría haber sido semejante al rugido de un animal destrozado. Sacó fuerzas de donde no las tenía y se levantó, golpeando fuertemente en la cara a Hernán con el puño y haciendo que se diera de bruces contra el suelo. Beatriz corrió hacia Santiago.
- ¡Mi amor, por favor, no te vayas, te lo suplico, no me dejes aquí sola, sálvanos a Micaela y a mí! ¡No me dejes! ¡No me imagino una vida sin ti, no me imagino estar sin ti! ¡Vámonos de aquí! ¡Vámonos lejos! - Beatriz berreaba como una loca. Había perdido la cordura. Los acontecimientos habían hecho que perdiera el juicio. Hernán, recuperado de la caída, disparó contra Beatriz, que lloraba la muerte de su esposo, tomando el cadáver entre sus brazos. El proyectil penetró la cabeza de Beatriz, que cayó fulminada justo encima de su esposo.
Las cosas se habían complicado... Todo se había complicado. El lugar estaba lleno de sus huellas y habían tres cadáveres allí. Santiago y Beatriz habían muerto a manos del hombre que formó parte de sus vidas desde tiempos inmemorables y todo por una maldita obsesión.
Micaela, en la moto detrás de Saúl de nuevo, tuvo un mal presentimiento. Se le metió en la cabeza que algo iba mal, pero no estaba segura de qué era... Sólo estaba segura de que quería ir a casa y darle un abrazo a sus padres. No sabía porqué, pero necesitaba darles cariño a aquellas dos personas que le dieron la vida y todo lo que necesitaba desde su nacimiento, quería decirles a los dos los mucho que los quería, recordárselo, ya que hacía años que no lo hacía. Sintió esa necesidad melancólica y el miedo de que llegue el día en que no estén con ella y no pueda decírselo... Sin figurarse que ese día acababa de llegar.
domingo, 10 de noviembre de 2013
Un diminuto cambio.
En un principio, "Valdés y Rojas", la empresa de la que son dueños Hernán y Santiago iba a ser una empresa de publicidad, pero finalmente será la redacción de un periódico que, a lo largo de la historia, irá cobrando importancia en Madrid y hasta en España. Por lo que, tanto esta como la empresa de Federico Bravo (personaje que aparecerá más adelante y que será el principal enemigo y competidor de Hernán) también será la redacción de otro periódico.
Esto dará pie a tramas interesantes, nuevos personajes como una editora y dos reporteros que conoceremos más adelante. Este cambio parece poco importante, pero, realmente, dará un giro bastante interesante a la historia aunque tendremos que esperar mucho para verlo.
Esto dará pie a tramas interesantes, nuevos personajes como una editora y dos reporteros que conoceremos más adelante. Este cambio parece poco importante, pero, realmente, dará un giro bastante interesante a la historia aunque tendremos que esperar mucho para verlo.
sábado, 9 de noviembre de 2013
Premio Liebster
Acabo de leer un mensaje en Facebook en el que Marissa Cazpri, la escritora del blog Mi Prometida, me concedía este premio, el cual me ha hecho muchísima ilusión y me ha animado bastante a seguir escribiendo con este blog. Mil gracias y besos.
¿Y QUÉ ES EL PREMIO LIEBSTER Y DE QUÉ SE TRATA?
Es un premio en cadena, para impulsar y promocionar los pequeños blogs que están empezando o que realmente son buenos pero la gente todavía no los ha visto. Una vez te conceden el premio, tú debes dárselo a otros blogs y responder a unas preguntas que te deja aquel que te ha concedido el premio.
REGLAS DEL PREMIO
-Nombrar y agradecer el premio a la persona que te lo concedió y estar suscrito.
-Responder a las once preguntas de la persona que te concedió el premio.
-Conceder el premio a once blogs distintos que te gusten, que estén empezando o que tengan menos de 200 seguidores.
-Elaborar once preguntas para los blogs premiados.
-Informar del premio a cada uno de los premiados.
-Visitar los blogs que han sido premiados junto al tuyo.
-No mandar el premio al blog que te lo concedió, para no romper la cadena.
OTORGO EL PREMIO LIEBSTER A LOS SIGUIENTES BLOGS:
1. Recuerdos de Florencia
2. ¿Lo tienes meramente por entretenimiento o con alguna finalidad?
6. ¿Cuál es tu red social preferida?
7. ¿Has participado o participas escribiendo en otro blog?
9. ¿Podrías describir un momento idílico o tu cita ideal?
10. ¿Se sabe en tu entorno de la "vida real" que tienes este blog?
11. ¿A quién te gustaría agradecer tu premio (fans, amigos, familia o alguien especial)?
¿Y QUÉ ES EL PREMIO LIEBSTER Y DE QUÉ SE TRATA?
Es un premio en cadena, para impulsar y promocionar los pequeños blogs que están empezando o que realmente son buenos pero la gente todavía no los ha visto. Una vez te conceden el premio, tú debes dárselo a otros blogs y responder a unas preguntas que te deja aquel que te ha concedido el premio.
REGLAS DEL PREMIO
-Nombrar y agradecer el premio a la persona que te lo concedió y estar suscrito.
-Responder a las once preguntas de la persona que te concedió el premio.
-Conceder el premio a once blogs distintos que te gusten, que estén empezando o que tengan menos de 200 seguidores.
-Elaborar once preguntas para los blogs premiados.
-Informar del premio a cada uno de los premiados.
-Visitar los blogs que han sido premiados junto al tuyo.
-No mandar el premio al blog que te lo concedió, para no romper la cadena.
OTORGO EL PREMIO LIEBSTER A LOS SIGUIENTES BLOGS:
1. Recuerdos de Florencia
Por el momento, no estoy siguiendo más historias porque estoy en época de exámenes, pero en un par de semanas, quiero leer un par de blogs :)
PREGUNTAS PARA LOS USUARIOS GANADORES:
1. ¿Cuál es el "éxito" de tu blog? O página web.
PREGUNTAS PARA LOS USUARIOS GANADORES:
1. ¿Cuál es el "éxito" de tu blog? O página web.
Para mi el éxito reside en que me visiten, me comenten y me lean. El éxito es lograr entretener y que a los demás les guste. Así que estoy feliz por todas esas visitas y espero que se convierta en éxito.
2. ¿Lo tienes meramente por entretenimiento o con alguna finalidad?
Por entretenimiento, pero principalmente, porque adoro escribir y tengo tantas historias en mi cabeza que tengo la necesidad de plasmarlas y compartirlas.
3. ¿Cuántas veces a la semana publicas y a qué horas?
Ahora estoy publicando los miércoles por la tarde, pero en dos o tres semanas, publicaré miércoles y domingo.
4. ¿El blog te ha generado alguna anécdota que quieras y puedas compartir?
Por el momento ninguna.
5. ¿Cuál es tu post preferido?
El capítulo 3. Es del que más contento estoy ahora mismo.
6. ¿Cuál es tu red social preferida?
Twitter.
7. ¿Has participado o participas escribiendo en otro blog?
Antes lo hacía, ya no.
8. ¿Qué te gusta hacer en tus momentos off-line?
Ver series y películas, salir con mis amigos... Lo normal.
9. ¿Podrías describir un momento idílico o tu cita ideal?
Una hamburguesa del Burger King en un coche con esa persona a la que quieres en un descampado estrellado. Salir del coche después de comer y tumbarse en el capó, cogidos de la mano, viendo las estrellas entre beso y caricia.
10. ¿Se sabe en tu entorno de la "vida real" que tienes este blog?
Algunas amigas y mi hermana.
11. ¿A quién te gustaría agradecer tu premio (fans, amigos, familia o alguien especial)?
A todos los que me han leído, a mi amiga Rachel, que está escribiendo Recuerdos de Florencia y a Marissa Cazpri por concederme este premio :)
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Adelanto exclusivo.
"Me quitaron todo lo que tenía. Él me lo quitó. Desde que soy una adolescente Hernán Valdés ha acabado con todo aquello que me importaba y, cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. Ahora tengo una fortuna, un nuevo rostro, un nuevo nombre, una nueva identidad. Con la ayuda de mi psicólogo, mi criada y mi mejor amiga, volveré a la vida de Hernán Valdés años después convertida en Bianca Von Parker. Micaela Rojas murió en el momento en que ese maldito me arrebató lo que más quería. Que se prepare, porque no pienso descansar hasta verlo tan perdido como yo... Hernán Valdés, este es tu comienzo del fin."
( Micaela Rojas / Bianca Von Parker. Año 2013 )
Capítulo 3.
Tenía el estómago muy alborotado. Apenas había comido y lo que había comido, le había sentado fatal. Eran las cuatro de la tarde, hacía frío y Beatriz temblaba como un flan. Quedaban unas horas para marcharse a California con Hernán y Micaela, abandonar a su esposo y dejar que su hija estuviera con el hombre del que, hasta hace poco, estaba completamente enamorada, pero que resultó ser un psicópata lascivo y obsceno.
La pelirroja caminaba con la mirada perdida, sin fijarse en nada de su alrededor. Incluso chocó con un niño pequeño que iba montado en un patinete, aunque ninguno de los dos cayeron al suelo. El niño se alejó riéndose tan feliz como antes del encontronazo, y Beatriz continuó su camino, pensando en lo que sintió cuando Hernán le puso una pistola en el estómago. Nunca se habría imaginado que era así.
Llegó a un callejón amplio y largo, de unos cincuenta metros de longitud. Eso le parecía poco, se recorría cada mañana ese espacio para ir al estanco. Al fondo, allí estaba, un chico de unos treinta años, rubio, alto, robusto. Era como un Hércules moderno y completamente mortal. Beatriz se puso aún más nerviosa al verlo y siguió andando hacia él.
- ¿Beatriz Rojas? - preguntó el chico con seriedad. Ella asintió, sin decir palabra. El chico le cedió su mano y Beatriz se la estrechó.- Relájese, supongo que mi amigo le habrá dicho que soy de fiar.
- Sí, me ha contado todo sobre ti - respondió Beatriz.- Me ha dicho que eres eficaz, confiable y honesto.
- Así soy yo, me ha definido a la perfección - el chico sonrió.- Me llamo Enrique. Bueno, ese es mi nombre a la hora de hacer estos negocios.
- Necesito que lo hagas esta misma tarde, en cuanto terminemos esta conversación. Es muy urgente que este asunto quede cerrado lo antes posible - declaró Beatriz metiendo la mano en su bolso.- Te pagaré la mitad ahora y la otra mitad cuando esté todo listo.
- ¿De quién se trata?
- Hernán Valdés - contestó mientras le daba una tarjeta y un fajo de billetes.- Estará esperándome en la dirección que pone aquí, hemos quedado dentro de cuarenta y cinco minutos. Es un sótano que está debajo de un polígono industrial.
- ¿Alguien sabe que ha quedado con él? - Enrique siguió con su interrogatorio.
- No, nadie lo sabe - aseguró.- No dejes ninguna pista y haz que su móvil quede inservible.
- Eso está hecho. Puede confiar en mí, el trabajo será impecable.
Ajena a todo, Micaela pasaba una buena tarde acompañada de su nueva amiga en casa de esta última. El dormitorio de Adriana era tricolor: combinaba a la perfección el blanco, el turquesa oscuro y el marrón. Los colores y la música que salía de los dos altavoces que estaban en la radio aportaban armonía a la habitación.
Adriana tenía diecisiete años, al igual que Micaela. Tenía el cabello castaño claro, casi rubio, y los ojos muy oscuros. Era una chica alegre, simpática, sociable aunque también de mucho carácter y con una personalidad cabalmente definida.
- Estoy loca por él, Adriana... Llevamos sólo una semana juntos y no hace ni un mes y medio que lo conozco, pero juraría que estoy enamorada - afirmó Micaela, aunque no con mucha seguridad.
- ¿Acaso importa el tiempo? ¡Vamos, tía! Se puede querer más en un día que en dos años. Cuando el amor llega, llega y punto, no tiene ninguna otra explicación - dijo Adriana dejando de rebuscar entre sus cintas de cassette y mirando a Micaela.- No hace falta siquiera que te preguntes si estás enamorada o no, con sentirlo, vivirlo y ser feliz con lo que ves que Saúl hace en ti, es más que suficiente.
- Pero necesito saberlo, necesito saber lo que está pasando dentro de mí. Yo nunca he estado enamorada antes, ¿sabes? No sé lo que es eso, no sé lo que es sentir escalofríos cuando un chico me toca ni vibrar cuando me besa. Es la primera vez que me está ocurriendo todo esto... - confesó Micaela avergonzada.- Y soy feliz. Soy tan feliz... Cuando lo vi el primer día pensé que era un imbécil, que era un pesado que quería quitarme de encima lo antes posible, pero no te haces una día de lo maravilloso que es.
- Yo es que odio el amor - soltó de repente Adriana.- Desde que mi padre se fue a Tailandia con la vecina de arriba y tuve que soportar a mi madre haciendo maratones de comedias románticas de los años noventa rodeada de chocolate y llorando, he dejado de creer en esas gilipolleces.
- Ya verás que te enamorarás algún día y cuando me lo cuentes, te recordaré lo que me acabas de decir y te diré el típico "te lo dije" - rió Micaela.- Verás la capacidad que tiene el estar enamorada para hacerte feliz.
- ¡Ah, no, no, no y no! ¡Eres una romántica de poca monta! ¡No sé como he podido hacerme tu amiga! - exclamó Adriana enfurruñada. Micaela soltó una sonora carcajada.- ¡Es verdad! Yo sólo seré feliz cuando me gradúe como agente de policía.
- Y cuando te enamores - añadió Adriana.
- ¡Qué te den! - gritó Adriana tirándole un cojín a la cara.
Micaela se adueñó del cojín y Adriana cogió otro. Ambas empezaron a golpearse la una a la otra con ellos mientras reían y saltaban en la cama al ritmo de la música.
Habían pasado cuarenta minutos desde que Beatriz había ordenado la muerte de Hernán. Beatriz llegó a su casa y mandó un mensaje a un misterioso personaje dándole las gracias por la recomendación. Éste le pidió, parecía ser que por segunda vez, que le contara qué estaba pasando. Beatriz no contestó. Se sentó en la mecedora que había en el salón y se llevó las manos a la cara, asustada por lo que acababa de hacer, a pesar de que era necesario.
Enrique llegó al polígono industrial que había en la dirección que Beatriz le proporcionó. Cuarenta minutos le habían bastado para investigar el lugar y saber que era un recinto abandonado, sin vigilancia y sin nadie alrededor. Sólo estarían allí él y su víctima. Enrique aparcó frente a la entrada y salió del coche. Todo estaba sucio, lleno de polvo y de hojas caídas desde los árboles. Llevaba una pistola de mediano tamaño entre la camisa y el pantalón. Su arma siempre venía acompañada de un silenciador.
Entró en el edificio con cautela, haciendo uso de su memoria fotográfica para recordar el plano del sitio y buscar el sótano donde Hernán estaba esperando a Beatriz. Avanzó sin dudar, pero despacio, hasta llegar a una escalinata que llevaba a su destino. Las bajó mientras sacaba la pistola y se preparaba para disparar en cualquier momento. Al entrar, se llevó una gran sorpresa, ya que no había nadie. En ese momento, recibió un fuerte golpe en la nuca con una pala de cavar que lo dejó tirado en el suelo inconsciente.
Beatriz no paraba de mirar el reloj inquieta. Ya había transcurrido demasiado tiempo y la espera estaba matándola por dentro. Necesitaba recibir la llamada de Enrique para decirle que todo había acabado. De pronto, sonó el teléfono de la casa. Beatriz sonrió, aliviada, y corrió hacia el teléfono para cogerlo, pero luego cayó en que la llamada de Enrique sería a su móvil, no allí.
- Hola, cariño - la voz de Hernán dejó petrifica a Beatriz, que no entendía absolutamente nada.- ¿Sorprendida de escucharme? Mira, tengo aquí a alguien conmigo que quiere saludarte.
- ¡Socorro! ¡Ayuda! - la voz de Enrique pidiendo auxilio atemorizó más aún a la desgraciada mujer. Se escuchó un disparo y un grito desgarrador.- ¡Mierda, joder! ¡Mi pierna! ¡Mi otra pierna! ¡Joder!
Enrique estaba llorando como un bebé. Su imagen de hombre valiente y fuerte había dejado de existir. Estaba atado a una silla con gruesas cuerdas, con la cara llena de sangre, la nariz rota y un agujero de bala en cada pierna. La respiración de Beatriz se aceleró repentinamente, estaba a punto de romper a llorar de desesperación.
- Te dí una oportunidad, Beatriz... ¡Una jodida y puta oportunidad que te has pasado por el forro! - vociferó Hernán furioso. Entonces, se relajó y comenzó a hablar más pausadamente.- Te voy a dar la última. Vas a cumplir con nuestra cita, aunque llegues tarde y vas a venir aquí ahora mismo. No vas a llamar a nadie ni vas a volver a intentar ningún truco.
- Hernán, por favor... - rogó Beatriz tartamudeando.- Déjanos vivir en paz.
- ¡Cierra la puñetera boca, joder! ¡Ven aquí ya! ¡Ahora mismo! - berreó Hernán colérico.- Dios, eres idiota, no sé cómo he podido aguantarte todos estos años siendo tu amante... ¡Eres una completa inútil!
Otro disparo. El impacto de la bala entre ceja y ceja de Enrique apagó sus gritos y lamentos. Tras acabar con él, Hernán colgó el teléfono. Beatriz, a toda prisa, cogió su bolso y corrió a la puerta. Lo que Beatriz menos se imaginaba es que un Santiago decepcionado y desengañado estaba con la oreja pegada al otro teléfono de la casa y había oído todo. Éste, aunque no entendió nada, se aprestó a perseguir a su esposa.
La pelirroja caminaba con la mirada perdida, sin fijarse en nada de su alrededor. Incluso chocó con un niño pequeño que iba montado en un patinete, aunque ninguno de los dos cayeron al suelo. El niño se alejó riéndose tan feliz como antes del encontronazo, y Beatriz continuó su camino, pensando en lo que sintió cuando Hernán le puso una pistola en el estómago. Nunca se habría imaginado que era así.
Llegó a un callejón amplio y largo, de unos cincuenta metros de longitud. Eso le parecía poco, se recorría cada mañana ese espacio para ir al estanco. Al fondo, allí estaba, un chico de unos treinta años, rubio, alto, robusto. Era como un Hércules moderno y completamente mortal. Beatriz se puso aún más nerviosa al verlo y siguió andando hacia él.
- ¿Beatriz Rojas? - preguntó el chico con seriedad. Ella asintió, sin decir palabra. El chico le cedió su mano y Beatriz se la estrechó.- Relájese, supongo que mi amigo le habrá dicho que soy de fiar.
- Sí, me ha contado todo sobre ti - respondió Beatriz.- Me ha dicho que eres eficaz, confiable y honesto.
- Así soy yo, me ha definido a la perfección - el chico sonrió.- Me llamo Enrique. Bueno, ese es mi nombre a la hora de hacer estos negocios.
- Necesito que lo hagas esta misma tarde, en cuanto terminemos esta conversación. Es muy urgente que este asunto quede cerrado lo antes posible - declaró Beatriz metiendo la mano en su bolso.- Te pagaré la mitad ahora y la otra mitad cuando esté todo listo.
- ¿De quién se trata?
- Hernán Valdés - contestó mientras le daba una tarjeta y un fajo de billetes.- Estará esperándome en la dirección que pone aquí, hemos quedado dentro de cuarenta y cinco minutos. Es un sótano que está debajo de un polígono industrial.
- ¿Alguien sabe que ha quedado con él? - Enrique siguió con su interrogatorio.
- No, nadie lo sabe - aseguró.- No dejes ninguna pista y haz que su móvil quede inservible.
- Eso está hecho. Puede confiar en mí, el trabajo será impecable.
Ajena a todo, Micaela pasaba una buena tarde acompañada de su nueva amiga en casa de esta última. El dormitorio de Adriana era tricolor: combinaba a la perfección el blanco, el turquesa oscuro y el marrón. Los colores y la música que salía de los dos altavoces que estaban en la radio aportaban armonía a la habitación.
Adriana tenía diecisiete años, al igual que Micaela. Tenía el cabello castaño claro, casi rubio, y los ojos muy oscuros. Era una chica alegre, simpática, sociable aunque también de mucho carácter y con una personalidad cabalmente definida.
- Estoy loca por él, Adriana... Llevamos sólo una semana juntos y no hace ni un mes y medio que lo conozco, pero juraría que estoy enamorada - afirmó Micaela, aunque no con mucha seguridad.
- ¿Acaso importa el tiempo? ¡Vamos, tía! Se puede querer más en un día que en dos años. Cuando el amor llega, llega y punto, no tiene ninguna otra explicación - dijo Adriana dejando de rebuscar entre sus cintas de cassette y mirando a Micaela.- No hace falta siquiera que te preguntes si estás enamorada o no, con sentirlo, vivirlo y ser feliz con lo que ves que Saúl hace en ti, es más que suficiente.
- Pero necesito saberlo, necesito saber lo que está pasando dentro de mí. Yo nunca he estado enamorada antes, ¿sabes? No sé lo que es eso, no sé lo que es sentir escalofríos cuando un chico me toca ni vibrar cuando me besa. Es la primera vez que me está ocurriendo todo esto... - confesó Micaela avergonzada.- Y soy feliz. Soy tan feliz... Cuando lo vi el primer día pensé que era un imbécil, que era un pesado que quería quitarme de encima lo antes posible, pero no te haces una día de lo maravilloso que es.
- Yo es que odio el amor - soltó de repente Adriana.- Desde que mi padre se fue a Tailandia con la vecina de arriba y tuve que soportar a mi madre haciendo maratones de comedias románticas de los años noventa rodeada de chocolate y llorando, he dejado de creer en esas gilipolleces.
- Ya verás que te enamorarás algún día y cuando me lo cuentes, te recordaré lo que me acabas de decir y te diré el típico "te lo dije" - rió Micaela.- Verás la capacidad que tiene el estar enamorada para hacerte feliz.
- ¡Ah, no, no, no y no! ¡Eres una romántica de poca monta! ¡No sé como he podido hacerme tu amiga! - exclamó Adriana enfurruñada. Micaela soltó una sonora carcajada.- ¡Es verdad! Yo sólo seré feliz cuando me gradúe como agente de policía.
- Y cuando te enamores - añadió Adriana.
- ¡Qué te den! - gritó Adriana tirándole un cojín a la cara.
Micaela se adueñó del cojín y Adriana cogió otro. Ambas empezaron a golpearse la una a la otra con ellos mientras reían y saltaban en la cama al ritmo de la música.
Habían pasado cuarenta minutos desde que Beatriz había ordenado la muerte de Hernán. Beatriz llegó a su casa y mandó un mensaje a un misterioso personaje dándole las gracias por la recomendación. Éste le pidió, parecía ser que por segunda vez, que le contara qué estaba pasando. Beatriz no contestó. Se sentó en la mecedora que había en el salón y se llevó las manos a la cara, asustada por lo que acababa de hacer, a pesar de que era necesario.
Enrique llegó al polígono industrial que había en la dirección que Beatriz le proporcionó. Cuarenta minutos le habían bastado para investigar el lugar y saber que era un recinto abandonado, sin vigilancia y sin nadie alrededor. Sólo estarían allí él y su víctima. Enrique aparcó frente a la entrada y salió del coche. Todo estaba sucio, lleno de polvo y de hojas caídas desde los árboles. Llevaba una pistola de mediano tamaño entre la camisa y el pantalón. Su arma siempre venía acompañada de un silenciador.
Entró en el edificio con cautela, haciendo uso de su memoria fotográfica para recordar el plano del sitio y buscar el sótano donde Hernán estaba esperando a Beatriz. Avanzó sin dudar, pero despacio, hasta llegar a una escalinata que llevaba a su destino. Las bajó mientras sacaba la pistola y se preparaba para disparar en cualquier momento. Al entrar, se llevó una gran sorpresa, ya que no había nadie. En ese momento, recibió un fuerte golpe en la nuca con una pala de cavar que lo dejó tirado en el suelo inconsciente.
Beatriz no paraba de mirar el reloj inquieta. Ya había transcurrido demasiado tiempo y la espera estaba matándola por dentro. Necesitaba recibir la llamada de Enrique para decirle que todo había acabado. De pronto, sonó el teléfono de la casa. Beatriz sonrió, aliviada, y corrió hacia el teléfono para cogerlo, pero luego cayó en que la llamada de Enrique sería a su móvil, no allí.
- Hola, cariño - la voz de Hernán dejó petrifica a Beatriz, que no entendía absolutamente nada.- ¿Sorprendida de escucharme? Mira, tengo aquí a alguien conmigo que quiere saludarte.
- ¡Socorro! ¡Ayuda! - la voz de Enrique pidiendo auxilio atemorizó más aún a la desgraciada mujer. Se escuchó un disparo y un grito desgarrador.- ¡Mierda, joder! ¡Mi pierna! ¡Mi otra pierna! ¡Joder!
Enrique estaba llorando como un bebé. Su imagen de hombre valiente y fuerte había dejado de existir. Estaba atado a una silla con gruesas cuerdas, con la cara llena de sangre, la nariz rota y un agujero de bala en cada pierna. La respiración de Beatriz se aceleró repentinamente, estaba a punto de romper a llorar de desesperación.
- Te dí una oportunidad, Beatriz... ¡Una jodida y puta oportunidad que te has pasado por el forro! - vociferó Hernán furioso. Entonces, se relajó y comenzó a hablar más pausadamente.- Te voy a dar la última. Vas a cumplir con nuestra cita, aunque llegues tarde y vas a venir aquí ahora mismo. No vas a llamar a nadie ni vas a volver a intentar ningún truco.
- Hernán, por favor... - rogó Beatriz tartamudeando.- Déjanos vivir en paz.
- ¡Cierra la puñetera boca, joder! ¡Ven aquí ya! ¡Ahora mismo! - berreó Hernán colérico.- Dios, eres idiota, no sé cómo he podido aguantarte todos estos años siendo tu amante... ¡Eres una completa inútil!
Otro disparo. El impacto de la bala entre ceja y ceja de Enrique apagó sus gritos y lamentos. Tras acabar con él, Hernán colgó el teléfono. Beatriz, a toda prisa, cogió su bolso y corrió a la puerta. Lo que Beatriz menos se imaginaba es que un Santiago decepcionado y desengañado estaba con la oreja pegada al otro teléfono de la casa y había oído todo. Éste, aunque no entendió nada, se aprestó a perseguir a su esposa.
martes, 5 de noviembre de 2013
Enrique
Enrique será un personaje que realizará una participación especial en esta historia y tendrá mucho que ver en la decisión final de Beatriz sobre si dejar que Hernán se lleve a su hija o permitir que este mismo acabe con sus seres queridos.
Canción Micaela y Saúl
Como toda buena historia, una canción especial es importante para ambientarla.
La historia de Micaela y Saúl es una historia de amor a primera vista, que acabó por consolidarse y convertirse en un gran amor. Sin embargo, la pareja estará marcada por el dolor y la tragedia.
La historia de Micaela y Saúl es una historia de amor a primera vista, que acabó por consolidarse y convertirse en un gran amor. Sin embargo, la pareja estará marcada por el dolor y la tragedia.
sábado, 2 de noviembre de 2013
Capítulo 2.
Estaba entre sus brazos. Ambos se movían frenéticamente, sus cuerpos se resbalaban uno con otro lubricados por el sudor que les producía aquel ataque frenético de pasión. Hernán la sujetaba con fuerza y manejaba su cuerpo a su antojo. Ella disfrutaba, suspiraba de placer, entusiasmándolo a él, que comprobaba que, una vez más, la dejaba satisfecha después de llegar a la cima. Hernán encendió un cigarrillo y le ofreció otro a ella. Su acompañante lo rechazó y se lo agradeció con un beso mientras colocaba la mano en su tupido torso.
- Me tienes loco, Beatriz - aseguró Hernán.- Estoy completamente loco por tu boca, por tu piel, por tus pechos, por tus manos... Haría cualquier cosa por tenerte en mi cama a todas horas cada día.
- Ya falta menos para que eso sea posible, mi amor - la pelirroja dibujaba círculos leves con la yema de su dedo índice en su busto mientras hablaba.- Está todo planeado para que salga a la perfección.
- ¿Qué crees que hará Micaela? - preguntó Hernán intrigado.
- No hay otra forma de traernos a Micaela con nosotros que engañándola - afirmó Beatriz.- Ella adora a Santiago y cuando sepa lo que hay entre tú y yo, me odiará y querrá quedarse con él. No quiero perder a mi hija, Hernán. Ella es mi vida.
- Pensaba que yo era tu vida... - dijo Hernán algo molesto.
- Son amores distintos, cariño. El amor de una madre es incomparable, no se puede relacionar con ninguna otra cosa - sus ojos se llenaron de un brillo especial que dejaba ver lo que significaba Micaela para ella.- No podría vivir sin ella.
Hernán se incoporó y acudió a la cómoda, abriendo el primer cajón. De él, sacó tres billetes de avión dirigidos a California. Hernán sonrió maliciosamente creyendo que su amante no lo veía, pero su imagen quedaba reflejada en el espejo. Beatriz quedó extrañada por aquella expresión.
- ¿Hernán? Te noto raro...
- Raro no, feliz, mi amor, muy feliz. Después de tantos años viéndonos a escondidas en esta habitación de mala muerte, después de hacer todo en secreto, clandestinamente... Vamos a escaparnos juntos y con tu hija, que sabes que la quiero como si yo fuera su propio padre - garantizó Hernán aparentemente emocionado.- Ojalá lo fuera yo...
- No quiero hablar de eso - replicó Beatriz molesta.- Sabes que no me gusta hablar sobre el padre de mi hija, te lo he dicho cientos de veces. Sabes que me jode y tú sigues sacando el tema sin más.
- No iba a hablar de él, sólo estaba diciendo que yo debería ser el padre de esa niña tan hermosa que se parece tanto a ti - se acerca a ella y la besa dulcemente, relajándola.- Sólo una semana y el pasado quedará atrás... Ahora tú y Micaela seréis mi futuro.
- ¿Y Alberto? - preguntó Beatriz.
- Seguirá en Inglaterra hasta que finalice Bachillerato, después será mayor de edad y libre de hacer lo que quiera con su vida - contestó Hernán, besándola de nuevo.- Quiero hacerte el amor otra vez, nunca me canso de acostarme contigo y de hacerte mía.
- Sabes que mi cuerpo te pertenece y puedes hacer con él todo lo que quieras. Siempre has sido mi dueño y siempre lo serás.
Acto seguido, comenzaron a besarse otra vez, dando paso a la lujuria y al deseo que los acompañaba. Aquella habitación con poco adorno pero cálida y acogedora, se tornó aún más ardiente y caldeada cuando los dos inquilinos que estaban dentro de ella volvieron a bailar al son del sexo y el amor.
***************
- Me tienes loco, Beatriz - aseguró Hernán.- Estoy completamente loco por tu boca, por tu piel, por tus pechos, por tus manos... Haría cualquier cosa por tenerte en mi cama a todas horas cada día.
- Ya falta menos para que eso sea posible, mi amor - la pelirroja dibujaba círculos leves con la yema de su dedo índice en su busto mientras hablaba.- Está todo planeado para que salga a la perfección.
- ¿Qué crees que hará Micaela? - preguntó Hernán intrigado.
- No hay otra forma de traernos a Micaela con nosotros que engañándola - afirmó Beatriz.- Ella adora a Santiago y cuando sepa lo que hay entre tú y yo, me odiará y querrá quedarse con él. No quiero perder a mi hija, Hernán. Ella es mi vida.
- Pensaba que yo era tu vida... - dijo Hernán algo molesto.
- Son amores distintos, cariño. El amor de una madre es incomparable, no se puede relacionar con ninguna otra cosa - sus ojos se llenaron de un brillo especial que dejaba ver lo que significaba Micaela para ella.- No podría vivir sin ella.
Hernán se incoporó y acudió a la cómoda, abriendo el primer cajón. De él, sacó tres billetes de avión dirigidos a California. Hernán sonrió maliciosamente creyendo que su amante no lo veía, pero su imagen quedaba reflejada en el espejo. Beatriz quedó extrañada por aquella expresión.
- ¿Hernán? Te noto raro...
- Raro no, feliz, mi amor, muy feliz. Después de tantos años viéndonos a escondidas en esta habitación de mala muerte, después de hacer todo en secreto, clandestinamente... Vamos a escaparnos juntos y con tu hija, que sabes que la quiero como si yo fuera su propio padre - garantizó Hernán aparentemente emocionado.- Ojalá lo fuera yo...
- No quiero hablar de eso - replicó Beatriz molesta.- Sabes que no me gusta hablar sobre el padre de mi hija, te lo he dicho cientos de veces. Sabes que me jode y tú sigues sacando el tema sin más.
- No iba a hablar de él, sólo estaba diciendo que yo debería ser el padre de esa niña tan hermosa que se parece tanto a ti - se acerca a ella y la besa dulcemente, relajándola.- Sólo una semana y el pasado quedará atrás... Ahora tú y Micaela seréis mi futuro.
- ¿Y Alberto? - preguntó Beatriz.
- Seguirá en Inglaterra hasta que finalice Bachillerato, después será mayor de edad y libre de hacer lo que quiera con su vida - contestó Hernán, besándola de nuevo.- Quiero hacerte el amor otra vez, nunca me canso de acostarme contigo y de hacerte mía.
- Sabes que mi cuerpo te pertenece y puedes hacer con él todo lo que quieras. Siempre has sido mi dueño y siempre lo serás.
Acto seguido, comenzaron a besarse otra vez, dando paso a la lujuria y al deseo que los acompañaba. Aquella habitación con poco adorno pero cálida y acogedora, se tornó aún más ardiente y caldeada cuando los dos inquilinos que estaban dentro de ella volvieron a bailar al son del sexo y el amor.
Aquella noche de Octubre tenía cierto toque mágico del que Micaela y Saúl tomaron partido. Era luna llena, las estrellas brillaban en la alto y no había una sola nube. Madrid estaba en una de sus noches más preciosas del año. Saúl tenía un coche de segunda mano que consiguió fácilmente, una ganga. Era de color añil y las llantas estaban algo desgastadas y apenas lo usaba, pero esta era una ocasión especial.
Recogió a Micaela a las 22.00 horas en la puerta de su casa, era la primera vez que quedaban juntos. Saúl iba con unos vaqueros algo ajustados, un polo blanco con rayas grises y con pelo bien peinado, como siempre. Micaela iba también con vaqueros pero de color negro y una camiseta verde-manzana con una representación de la Torre Eiffel algo artística y original en el centro. Nada más sentarse en el asiento del copiloto, Saúl sacó una venda de la guantera del coche.
-¿Para qué se supone qué es esto? - preguntó Micaela confundida.
- Tú sólo ponte el cinturón, ponte la venda en los ojos, abre la ventanilla y déjate llevar - le pidió dulcemente Saúl recolocando un mechón de su cabello pelirrojo detrás de la oreja.- Disfruta del viaje y confía en mí.
Micaela sonrió con ternura e hizo todo lo que Saúl le pidió con gusto y con tranquilidad. Saúl la miraba de reojo mientras lo hacía con entusiasmo. Micaela sacó la mano por la ventanilla y notó el viento acariciando sus dedos mientras en la radio sonaba una canción que no había escuchado antes pero le encantaba.
- Ya hemos llegado - le dijo Saúl rompiendo el silencio que se produjo desde que él habló por última vez.
- ¿Puedo quitarme la venda ya? - preguntó Micaela divertida.
- ¡No, no! - rió Saúl aparcando el coche.- Quítate sólo el cinturón y espera a que te ayude a bajar del coche. No te la quites hasta que yo te lo diga, por favor.
Saúl salió del coche, abrió la puerta de Micaela y la agarró de la mano. Micaela se incorporó lentamente y salió. Se encontraban en un descampado rodeado de luciérnagas, donde se veían millones de estrellas más que en la ciudad y la Luna parecía estar a metros. Saúl se colocó tras ella y le quitó la venda lentamente. Micaela miró a su alrededor alucinada.
- Es precioso... - dijo con la voz entrecortada.
- No tanto como tú, pelirroja - afirmó Saúl abrazándola por la cintura desde detrás.- Te he traído aquí para que veas las estrellas y las cuentes.
- ¿Contarlas? - Micaela rió ya que no sabía a que venía semejante sinsentido.- ¿Para qué quieres que cuente las estrellas?
- Es la única forma que tienes que saber todos los besos que te quiero dar, los detalles que quiero tener contigo, los años que me gustaría pasar junto a ti y las veces que te haría el amor en cualquier rincón del mundo.
Micaela respiró profundamente mientras se daba la vuelta tranquilamente y besó a Saúl. Era la primera vez que lo hacía ella. Siempre era el apuesto chico el que la besaba en el momento más inesperado pero, esta vez, fue ella la que sintió la necesidad de sentir que eran uno solo.
- ¿Sabes que es la primera vez que siento algo así por alguien en toda mi vida? Necesito verte cerca cada día, necesito abrazarte y tenerte pegadita a mí y recordarte a cada momento lo perfecta y fantástica que eres. Te necesito, Micaela, y sé que somos jóvenes, que estas cosas no suelen durar y que no vamos a casarnos ni a formar una familia ni nada eso, pero también sé que ahora mismo quiero que estés en mi día a día, que hace tres semanas que te conocí y no he dejado de pensar en ti ni un sólo segundo - le confesó Saúl.- ¿Quieres salir conmigo formalmente?
Los ojos de Micaela se tornaron casi tan brillantes como el que desprendían las estrellas. Intentó hablar pero ni siquiera su boca era capaz de abrirse. Asintió con la cabeza con una media sonrisa y Saúl le dio un largo beso en mitad del corrillo de luciérnagas.
Habían pasado seis días desde aquella fascinante noche estrellada. Nadie se imaginaba que un día más tarde, todo cambiaría para siempre. Micaela y Saúl cenaban relajadamente en una pizzería mientras Santiago recorría la Gran Vía y Callao en coche dirigiéndose hacia la que se convirtió en su nueva casa hace casi un mes. En los asientos traseros, se podía observar una caja de bombones y un ramo de doce rosas, seis de ellas rojas y las otras seis de color lavanda, con una tarjeta que Santiago había comprado hace apenas unos minutos, cuando salió de la empresa en la que él y Hernán trabajaban juntos.
Cuando Santiago entró en su casa, se encontró con Beatriz sentada en el sofá tomando un té verde y viendo un programa en la televisión. Beatriz vio a su esposo acercarse lentamente con el ramo de rosas en la mano hacia ella. Una pequeña y delicada sonrisa fue delineada en su juvenil rostro, una sonrisa que fue apagándose a medida que Santiago empezó a hablar, una sonrisa borrada por los remordimientos y la culpabilidad.
- ¿Sabes? Cuando estaba en el trabajo empecé a buscar el significado de las flores más conocidas y cuando leí lo que significaban las rosas rojas y las de color lavanda quise comprarte algunas - relató Santiago poniéndose de frente.- Las rojas te las doy porque que te amo, por el amor tan profundo que siento hacia ti, Beatriz, y las lavanda porque ese amor está en mí desde el primer día en que te vi, porque lo que pasó entre tú y yo fue amor a primera vista.
Santiago estiró las manos, cediéndole el ramo a Beatriz, que tenía la cara cubierta de lágrimas. Cogió el ramo y olió las rosas. Al tenerlo más cerca, vio en el centro, algo escondidos, un crisantemo de color negro. Beatriz lo observó y miró a Santiago. Este entendió que su esposa quería saber el significado del crisantemo.
- Simboliza la lealtad, la verdad... Es el eje, foco, núcleo o como quieras llamarlo de una relación. Y está ahí para demostrarte que el pasado está olvidado, que lo he dejado atrás y que ahora sólo me importa pasar el resto de mis días contigo.
El dolor que invadió a Beatriz en ese instante era incomparable. Se sentía tan mal como nunca antes lo había hecho. Se levantó y abrazo a Santiago con fuerza llorando a cántaros.
- Perdóname, por favor, perdóname - le suplicó Beatriz sollozando.
- No tengo nada que perdonarte, mi vida. Ya te he dicho que no me importa el pasado, sólo quiero un futuro así, abrazado a ti. Te quiero, Beatriz.
Unas horas más tarde, Beatriz esperó a que Micaela llegara a casa y a que Santiago cayera dormido para levantarse y ponerse una bata de piel que abrigaba lo necesario. En sigilo y en extremo silencio, salió de la casa y bajó las escaleras hasta llegar a la puerta de la calle. Allí, fumándose un cigarro, la esperaba Hernán.
- ¿Tan importante es de lo que querías hablar como para hacerme venir aquí a altas horas de la madrugada? - preguntó Hernán preocupado.- Me tienes en ascuas, Beatriz.
- Hernán, necesitaba hablar contigo... - dijo ella vacilante.- Quiero que cancelemos nuestro plan.
- ¡¿Cómo?! ¿¡Te has vuelto loca?! - exclamó Hernán furioso. Su rostro se volvió totalmente distinto al que Beatriz había contemplado durante años. Hernán la agarró del brazo con fuerza, hundiendo sus dedos en la carne de ella.- ¡¿Te crees que esto es un puto juego o qué?! ¡Dime! ¡¿Te crees que esto es un puñetero y jodido juego en el que puedes hacer lo que te dé la gana?!
- Hernán, no grites, por favor, no hagas un escándalo y suéltame el brazo, hablemos esto tranquilamente - le rogó Beatriz tiritando de miedo.
Hernán sacó una pistola del bolsillo y apuntó a Beatriz directamente al estómago. El horror se apoderó de ella. Un cúmulo de sentimientos compuesto, entre otros, por el miedo, la decepción y la sorpresa la dominaba mientras Hernán la hacía entrar en el portal empujándola con la pistola completamente pegada a ella. Beatriz comenzó marearse, su piel estaba emblanquecida y tenía muchísimo frío a pesar de estar bien abrigada.
- Hernán, ¿qué estás haciendo? - preguntó Beatriz tartamudeando.
- ¿Crees que te quiero? ¿Crees que con quien quiero irme es contigo? ¿Crees que todo esto lo hago por ti, por nosotros? Pues déjame decirte, mi amor, que si te crees eso eres una completa imbécil - reveló Hernán. Beatriz cada vez estaba más dolida y sorprendida.- Estoy loco por Micaela desde que tenía cuatro años, desde que jugaba con Alberto en el jardín. ¡Estoy loco por ella! ¡¿Entiendes?! ¡Loco!
Beatriz abrió los ojos de par en par y, cegada por la cólera y el amor que se convirtió en repugnancia hacia Hernán, comenzó a gritar mientras intentaba quitarle la pistola, comenzando un forcejeo por ella.
- ¡Claro que estás loco, hijo de puta! ¡Eres un enfermo! - Beatriz estaba terriblemente furiosa por lo que acababa de admitirle Hernán, estaba realmente lastimada.- ¡¿Qué le has hecho a mi hija, cabrón?! ¡¿Qué le has hecho?!
Hernán consiguió quitarle la pistola a Beatriz y la empujó, tirándola al suelo. Desde abajo, Beatriz lo miraba como si tuviera ganas de matarlo.
- Aún no le he hecho nada, pero está en tu mano que eso siga así... - dijo Hernán apuntándola de nuevo con la pistola, esta vez a la cabeza.- Levántate.
Beatriz le hizo caso y se incorporó poco a poco, intentando reprimir sus ganas de despedazarlo entre lágrimas.
- Micaela, tú y yo saldremos de aquí mañana a la hora acordada. Te pagaré una mensualidad para que puedas mantenerte viviendo donde tú quieras, tu marido será el único dueño de "Valdés y Rojas" aquí en Madrid y Micaela se quedará conmigo - afirmó Hernán muy seguro de sí mismo.- Si intentas algo en contra de mí, si me delatas, si tratas de hacer que mi plan salga mal, Micaela, Santiago y tú moriréis de la peor forma que te puedes imaginar.
Sonrió. Aquella sonrisa que hacía feliz a Beatriz se convirtió en una pesadilla para ella. Mañana era el día, mañana era el día en el que debía tomar una decisión, pensar algo, dejar a su familia a salvo... Y sólo se le ocurría una. Tras un beso forzoso que le hizo sentir asco, Hernán volvió a su coche y se marchó. Beatriz, cada vez más derrotada y hundida, se dejó caer en el suelo y comenzó a derramar lágrimas sin descanso.
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