miércoles, 27 de noviembre de 2013

Capítulo 6.

Hernán por fin llegó a casa. Las últimas horas habían sido las más intensas de su vida. Al entrar por la puerta, vio a Beatriz sentada en el sofá, que dejó de leer una revista que tenía entre las manos para mirar a Hernán. A este se le encogió el corazón y se sobresaltó. Abrió y cerró los ojos y, entonces vio que quien estaba allí no era Beatriz, sino Carla, su esposa.
- ¿Qué te pasa, Hernán? Tienes mala cara - aseguró Carla preocupada levantándose para ir a saludar a su marido.- Estás muy alterado.
- ¡No me pasa nada, Carla! ¡Déjame en paz, joder! - gritó Hernán sin pensárselo dos veces, provocando una gran confusión en Carla.
- ¿Eso que tienes en la cara es... sangre? - Carla comenzó a asustarse. Hernán nunca le había hablado de esa forma, nunca le habría gritado porque ahora era cuando estaba mostrando su verdadera cara. Fue a su habitación y se quitó la ropa. Carla le siguió.- ¿Te han hecho algo? ¿Estás bien?
- ¡¿Quieres callarte de una puñetera vez?! - Hernán volvió la cara y, al mirar a su esposa, vio la aparición de Beatriz justo detrás de ella, apoyando sus manos en los hombros de Carla y mirando a Hernán fijamente con una sonrisa que aterrorizaba. Hernán reaccionó empujando a su esposa hacia atrás mientras gritaba para dejar salir su ira. Carla chocó contra la mesa de noche y miró a Hernán como si estuviese frente al mismo demonio.- ¡Vete de aquí! ¡Fuera!
Hernán abrió su armario y los cajones donde guardaba su ropa y la sacó toda a puñados, sin mirar siquiera lo que estaba cogiendo. Carla no entendía absolutamente nada, parecía que estaba en una película de terror.
- ¿Qué estás haciendo? - Hernán cogió dos maletas de cuero que estaban arriba del armario y las llenó de toda su ropa y de los objetos más importantes. Carla se acercó a su esposo y le propinó una sonora bofetada.- ¡Hernán! ¡¿Qué cojones estás haciendo?!
- ¡Tú a mí no vas a pegarme, zorra! - Hernán le devolvió la bofetada a su esposa, que cayó sentada en la cama por la fuerza que había usado su marido para golpearla.- ¡Me voy! ¡Tú no has visto esto! ¡Tú no has visto nada y yo he estado contigo todo el día! ¡¿De acuerdo?!
- Hernán... Estoy muy asustada... Dime qué ha pasado, por favor... - Carla empezó a llorar. Hernán decidió tranquilizarse y la abrazó.- He cometido un grave error y tengo que irme, necesito irme de aquí. Si te preguntan diles que estoy en un viaje de negocios en el extranjero, en Canadá. Y digan lo que digan, he pasado el día contigo y no me has visto así... Si no haces lo que te he pedido, probablemente acabe en la cárcel y Alberto perdería a su padre. ¿No queremos que pase eso, verdad?
- No... - negó Carla agachando la cabeza con la voz temblorosa.
- No hagas más preguntas, por tu bien... Sólo déjame ir y haz lo que te he pedido. Alberto acabará sus estudios pronto y vendrá a casa, no estarás sola - le recordó Hernán tratando de hacer que se relajase.
- ¿Cuándo volverás? - preguntó Carla sumisa a sus órdenes.
- No lo sé... Cuando todo esto haya pasado.


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Ahí estaba, frente a ella, un cajón de madera en el que estaba el cuerpo de su padre, que sería enterrado a dos metros bajo tierra en minutos. Ni siquiera podía enterrar a su madre... Todo era tan doloroso que apenas podía respirar sin que le doliese el pecho. Saúl estaba a su derecha, agarrándole la mano con fuerza para transmitirle ánimo. Adriana, a su izquierda, sosteniendo su otra mano. Carla también estaba allí, con una mezcla de sentimientos entre la tristeza de perder a sus amigos y la sospecha de que Hernán tenía algo que ver en todo eso. Ezequiel, con sus gafas de sol, oteaba en el horizonte como volaban dos pajarillos juntos.

El cura pronunció un emotivo sermón que sacó todas las lágrimas que soportaban los ojos de Micaela. Saúl, aunque no conocía a los que podrían ser sus suegros, no pudo evitar llorar, igual que Adriana. Todos lloraban excepto Ezequiel, que no parecía mostrar ninguna emoción.


Cuando el pastor finalizó su discurso, todos se retiraron, excepto Micaela, Saúl, Adriana y Ezequiel. Micaela se lanzó de rodillas al suelo junto a la lápida y lloró aún más fuerte. Abrazó la lápida de su padre. Adriana se mordió el labio inferior para soportar tal aflicción. Saúl levantó a Micaela del suelo y la abrazó con fuerza. Fueron hasta el coche que Ezequiel conducía, pero este quedó atrás. Aprovechó que los chicos se habían ido para acercarse al cura y darle un fajo de billetes de 50 euros amarrados con una cinta elástica. Entonces, Ezequiel fue donde los chicos estaban esperando y tomaron el camino a casa.

El camino en el coche transcurría en silencio. Adriana y Saúl estaban sentados atrás con Micaela, que tenía su cabeza descansando en el hombro de su novio. Ezequiel, de vez en cuando, miraba por el espejo para ver a la chica... A esa chica que ahora se convertiría en una hija para él.

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Dos semanas después...

Aunque Micaela seguía muy afectada por todo lo sucedido, poco a poco parecía ir escalando hacia arriba del pozo en el que había caído. Mientras estaba tumbada en la cama mirando al techo, pensó en que el apoyo de Saúl, Adriana y Ezequiel habían sido esenciales para ella en estos 14 días. 

A los pocos días del funeral, Micaela dejó de ser menor de edad y, aunque no hubo fiesta ni celebración, su novio, su mejor amiga y Ezequiel pasaron el día con ella, le compraron una tarta y le regalaron ropa y otros detalles. Aunque la chica no tenía ganas de sonreír, hizo el esfuerzo para no menospreciarlos después de lo bien que se habían portado con ella.

Adriana había sido su mejor amiga desde pequeña. Aunque Micaela se fue con sus padres a Barcelona durante un par de años, habían seguido en contacto y viéndose. Aunque tardaran meses en verse, cuando lo hacían, se hablaban como si lo hicieran cada día y se contaban todo. La confianza entre las chicas se mantuvo intacta. Ahora, volverían a separarse, pero Micaela sabía que Adriana seguiría ahí, ya que amigas como ella son de las que duran para toda la vida y jamás se separan. Cogió el móvil y le mandó un mensaje. Ya se había despedido de ella hacía unas horas, Ezequiel la llevó a su casa, pero quería escribirle para recordarle lo importante que era para ella: "Gracias por todo, Adri. Sabes que eres esencial en mi vida y que tienes una casa en Valencia para cuando quieras. Ven pronto, necesito seguir viéndote. Te quiero mucho." Dejó el móvil a un lado, se levantó de la cama y fue a la cocina. Eran las cinco de la mañana, quedaba poco para dejar esa casa en la que había vivido menos tiempo del que esperaba y en la que cada rincón le suponía un recuerdo. Se echó un vaso de leche y abrió la ventana de la cocina. Echó un vistazo al paquete de tabaco de Ezequiel que había en la encimera y, dejándose llevar por la curiosidad, cogió uno, lo encendió con una cerilla y, a la primera calada, comenzó a toser como una condenada. Tiró el cigarro por la ventana y se terminó el vaso de leche.

Se sentó encima de la encimera y miró al cielo. Aún estaba oscuro. Abajo había una mujer borracha llorando, suplicándole a dos agentes de policía que no se la llevaran detenida. Estaba conduciendo bajo los efectos del alcohol y había chocado contra un contenedor. Será ese el ruido que escuchó y que la despertó cuando sólo llevaba menos de una hora durmiendo. 

Pensó en Ezequiel, aquel hombre del que nunca había oído hablar pero que tanto sabía sobre ella y sus padres. Investigó por su cuenta y descubrió que todo lo que le contó este era verdad. Fue el psicólogo de su madre durante años y, que mayor prueba de su secreta y escondida amistad con sus padres que en el testamento de ambos le cedían su tutela al hombre en el caso de que les pasara algo a Beatriz y Santiago. Aunque ya tenía 18 años, Ezequiel decidió llevarse a Micaela lejos de Madrid y cuidarla y protegerla, ayudándola en sus estudios e intentando hacer de su vida algo más fácil. Micaela también le estaba muy agradecida a él.

Salió de la cocina. Había pasado ya media hora desde que fue a por el vaso de leche y se quedó esperando a ver que pasaba con la mujer, a la que al final llevaron detenida. Quedaban treinta minutos más para que ella y Ezequiel llevaran las maletas hasta el taxi que vendría a buscarlos a las 5.15 de la mañana a la puerta de su casa, pero para el momento más difícil del día quedaban sólo quince minutos... Saúl iría a despedirse de ella antes de que partiera a Valencia. A Micaela le asustaba eso... Se había enamorado de él, estaba enamorada por primera vez en su vida de un chico al que le alegró la vida, de un chico del que sabe todo lo que lleva a sus espaldas: su madre murió al darlo a luz, su padre lo culpa, es alcohólico... Y ahora ella tenía que dejarlo solo y ella iba a estar sin él también ahora. ¿Y si la olvidaba y se enamoraba de otra? ¿Y si no la olvidaba y sufría también por estar enamorado de una chica que vivía tan lejos de él? Llevaban poco tiempo juntos y ni siquiera habían hecho el amor, pero Micaela estaba loca por él y se había acostumbrado a sus besos, a sus caricias, a sus abrazos... Eran tantos cambios en tan poco tiempo que apenas podía concienciarse de su nueva vida.


Micaela encendió la lámpara del salón y tomó asiento en el butacón de piel en el que se sentaba Santiago para leer el periódico mientras le comentaba las noticias más importantes a Beatriz, que se sentaba en el sofá de enfrente a leer sus revistad con tips de salud y belleza. Micaela recordó como Beatriz ignoraba a Santiago cuando este se quejaba de los acontecimientos mundiales exageradamente y sólo se concentraba en lo que debía hacer para aparentar ser más joven. Una media sonrisa teñida de melancolía, una lágrima furtiva que secó cuando llamaron a la puerta. Saúl estaba allí, como un cachorrillo abandonado en la calle, muerto de frío y sucio. Estaba despeinado, temblando, triste... Micaela se enganchó a su cuello y lo besó, lo besó como si no fuera a verlo nunca más, como si esa despedida fuera definitiva. Sus labios se movían a un ritmo frenético enlazados el uno al otro. 
- Te quiero, preciosa. Te quiero muchísimo y no quiero perderte por nada de este mundo... Quiero seguir teniendo estos besos, estos abrazos, quiero seguir viendo esos hermosos ojos azules... - dijo Saúl antes de volver a besar a Micaela.- Iré a verte casi todos los fines de semana y si no te has aburrido de mí para entonces, me mudaré a Valencia para estar cerca de ti en unos meses.
- ¿Aburrirme de ti? ¿Estás de broma? Quiero que estés conmigo, quiero estar contigo. Si fuera por mí te acompañaría hasta el fin del mundo pero no puedo... Todo es tan complicado... - Micaela agachó la cabeza. Saúl agarró su barbilla y se la levantó, dándole un beso en la frente.- ¿Sabes que te quiero?
- Lo sé, y ojalá que me quieras aunque sea la mitad de lo que yo te quiero, porque eso sería suficiente para que me quisieras toda la vida...

Un beso y un hasta pronto con sabor amargo fueron los protagonistas de la despedida entre Saúl y Micaela. A medida que el taxi avanzaba a lo largo de la calle madrileña, Micaela miraba hacia atrás a través del cristal a un devastado Saúl. Le dolía en el alma irse pero debía hacerlo... Una nueva vida le esperaba en Valencia, el lugar que marcaría su vida para siempre.

3 comentarios:

  1. Qué triste, pobre Micaela... pierde a sus padres y ahora se tiene que separar de su amor. Como dices a partir de ahora creo que cambiará su vida para siempre. Muy bien, Josh. De verdad que me encanta la trama ;)

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  2. me has hecho llorar un mundo :( pero que excelente capitulo, me ha encantado de principio a fin

    un besote !!!!

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  3. Muchas gracias a las dos, hermosas! :D

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